—Todo eso me parece muy bien —dijo el señor Sikes—, pero esta noche no te irás de aquí sin darme algo de pasta. —Pero si no llevo ni una moneda encima —replicó el judío. —Pero en casa sí tienes, y muchas —contestó Sikes—, y de esas, me tienes que dar algunas. —¡Muchas, dice! —exclamó el judío alzando las manos—. No tantas como… —No sé cuántas tendrás, y me atrevo a decir que tú tampoco, pues te llevaría mucho tiempo contarlas —dijo Sikes—, pero de esta noche no pasa sin que me pagues, y no se hable más. —Bueno, bueno —replicó el judío con un suspiro—. En seguida mandaré al Lince para allá. —De eso, nada —contestó el señor Sikes—, que este Lince es demasiado lince, y como se lo encargues a él se le olvidará venir, se perderá por el camino, le engatusarán con alguna fullería, o vete tú