Dos semanas después me llaman a testificar en el juicio contra Celina. Cuando subo al estrado me encuentro directamente con esta. Luce demacrada, delgada y ojerosa. No siento ni ápice de culpa por lo que debe estar pasando, no merece la compasión de nadie. Está enojada porque Dante no le concedió un abogado y tuvo que conformarse con uno de oficio. Sabe que está perdida. El fiscal hace un resumen de los acontecimientos y respondo cada una de sus preguntas con sinceridad. — ¿Cree que la señora Ferraro hizo todo por venganza? Miro al fiscal y manteniendo mi postura seria. Asiento. —Ella sería capaz de atentar contra su propia sangre con tal de llevar a cabo sus planes —espeto —una mujer cuerda no atacaría sus hijos, no mataría a su esposo como ella lo hizo. El hombre asiente. —Esa