Cuando cesaron las lluvias y dejó de hacer tanto frío, retomé mis paseos. Entraba a trabajar a las diez de la mañana y salía a las cinco de la tarde, así que caminaba hasta casa de Marienne y recogía a Olivia. Ella solía ir en su sillita de paseo de camino al taller para recoger a Isaac, pero cuando pasábamos por algún parque o sitio sin carretera, la dejaba caminar agarrada de mi mano. Empujé la puerta de la entrada y Gemma nos sonrío desde detrás del mostrador. —¡Tía! —gritó Olivia, y corrió a ella. —Hola, Gemma —la saludé y dejé el carrito pegado a la pared. —Hola, primita. ¿Vienes a ayudarme? —Y me sacó esa sonrisa de psicópata. Empecé a negar. Desde que anunció su compromiso cinco meses atrás, pasábamos muchas tardes juntas para planificar y esas cosas a pesar de que contrat