Muchas veces me quejé del clima en el norte, el frío hacía que fuera difícil salir y muy pocas veces me permitía mirar la luz del sol entre las nubes, pero la vista de las montañas, las ramas de los árboles cubiertas de nieve y los frutos que se cubrían de hielo, pese a mis quejas, amé todo eso. La mañana en la que me paré frente a la entrada del alto castillo de piedra fue soleada, no necesité un abrigo tan grueso y me quité la capucha sin prisa antes de presentarme – soy Iris Landevon, la reina. Era un ovillo tembloroso el día de mi boda y jamás me sentí como parte de la realeza, conocía perfectamente mi lugar y obedecí las órdenes de la señora Landevon a cada paso, mi posición solo existió en papel, se podría decir que Abigail Landevon fue la verdadera reina y yo su doncella. Esperé