Lilith maldijo entre dientes – ¿no había otras compañías? – sí era su abuelo, aceptaría el encargo sin dudarlo y produciría tantos Ecos, como el dueño del hotel Damira se los pidiera.
Percival miró hacia el frente – o me volví paranoico, o ese coche blanco le ha dado tres vueltas al estacionamiento.
– ¡Qué! – exclamó Lilith y siguió la mirada de Percival.
Tres minutos después, el mismo auto pasó frente a ellos y en esa ocasión se detuvo.
– Llevamos mucho tiempo aquí – susurró Percival.
– ¿Cuántas personas conocen tu rostro? – preguntó Lilith.
– Los empleados del señor Damira, unos cuatro o cinco.
– Saldremos con cuidado – dijo Lilith y miró hacia atrás, otro coche maniobraba para estacionarse, de momento era imposible retroceder, el coche de enfrente estaba a una sección de distanci
