Amalia. Abro los ojos y veo a Mario, es tan hermoso, cualquier mujer quisiera a alguien como él. Las apariencias engañan, por fuera un chico malo muy peligroso y el típico playboy y por dentro, es aún más precioso. Toco mis mejillas rogando para que mis lágrimas se hayan secado. No quiero que Mario se preocupe por mí. —¿Quieres ir a la academia? Si no quieres podemos quedarnos en casa y hacer lo que tú quieras, mi hermosa princesa. «Sebastián también me llamaba igual». —Estoy bien, y por supuesto que iremos, además necesito distraerme. —Haré el almuerzo y tú sigue durmiendo. Él besa mi mano y sale de mi habitación. No quiero dejarlo solo, quiero estar con él. Bajo y me siento, él me sonríe. —Eres una mujer muy terca, Amalia Ramos. —Sí, pero no tanto como usted, señor Mario