El eco de los pasos de Leander resonaba en los pasillos silenciosos del palacio. La noche había caído con un peso extraño, como si cada sombra se estirara para recordarle lo que acababa de vivir. El encuentro con Karyna lo perseguía: sus ojos profundos, esa voz temblorosa que había pronunciado su nombre después de tanto tiempo. Cada recuerdo enterrado en lo más profundo de su alma había vuelto a abrirse como una herida.
Subió los escalones de mármol con el corazón descompasado, y el brillo tenue de las antorchas apenas lograba calmar la agitación de su espíritu. La mano le temblaba al empujar la puerta de su alcoba, como si cruzar ese umbral fuera más difícil que enfrentar una batalla.
Adentro, el aire era distinto. Había un silencio expectante, pesado. Altea estaba allí, de pie junto a
