Madrid, 2010
Eva
Se suponía que el día de mi boda debía ser el día más feliz de mi vida. Al fin y al cabo, nadie me estaba obligando a casarme con Martín Soto Mayor. Yo había aceptado su propuesta por voluntad propia, así como había aceptado su invitación a salir hacía un año a pesar de que estaba en una relación formal con Franco, el amor de mi vida.
Él sabía que yo tenía pareja, sin embargo, me insistió en que era la clase de mujer con la que podía tener una gran vida y le di la oportunidad de demostrármelo, sin importarme si le rompía el corazón a Franco, o quizás, dando por sentado que si en algún momento de la vida me arrepentía de lo que había hecho, el estaría allí esperándome.
En aquel momento, me llevaba el mundo por delante. Nada parecía importarme excepto conseguir un marido
