Capítulo 7

870 Palabras
Pero durante mucho tiempo no fui capaz de darme cuenta de lo finito que era el tiempo… porque entre nosotros todo estaba de maravillas. Todavía recuerdo el día que se lo contamos a mis amigos, y a sus amigas… la realidad es que lo ocultamos un par de días, porque nos daban un poco de vergüenza los chistes a los que nos iban a exponer, además de los “te lo dije” que, por otra parte, eran muy reales, pues cada uno por su lado había recibido un empuje fenomenal que nos hizo encontrar el momento exacto para dejar de lado nuestra timidez y acabar en lo que acabamos. Ella con sus amigas, pero sobre todo con Carla que era algo así como la voz de su conciencia, había hablado muchísimas veces de lo mucho que yo le gustaba y de cuánto añoraba ser feliz conmigo, pero también del miedo que le daba que si algo malo pasaba entre nosotros, se arruinara nuestra amistad. Yo, con mis amigos, había hablado también muchísimo de cuán enamorado me tenía ella y, en mi caso, Alejandro intentaba contagiarme algo de su faceta mujeriega para que copiara alguna idea para acercarme a ella tanto como deseaba, mientras que Manuel, el coherente y sentimental del grupo, siempre me apoyaba pero reafirmaba mi pensamiento de que “lo que deba ser será”, a su tiempo, y a su manera… algo muy real, hasta que sabes que precisamente tiempo, es lo que te faltará luego con esa misma persona. Pero en fin… así había sido en aquel momento. La manera que elegimos para contarles la novedad a nuestros amigos fue la de llegar una mañana al campus, tomados de las manos mientras ellos, que estaban en aquel banco que había sido testigo de la primera vez que nos vimos el primer día de clases, quedaban de boca abierta mirándonos sin poder creerlo y, quizás, hasta pensando en una primera instancia que se trataba de una broma. Aunque luego de vernos sonreír y darnos un beso, comenzaron a saltar y aplaudir de la alegría. Justo en ese momento Eva y yo estábamos sonrojados completamente, y solo podíamos mirar al suelo, hasta que de pronto, tuve que abrazarla porque estaba por ponerse a llorar de los chistes que Alejandro comenzó a hacer, haciendo clara alusión a si habíamos tenido se. xo o si lo haríamos pronto, entre otras cosas de las que, claramente, tampoco había hablado con ellos en ese momento. Y es que ellos estaban más que encantados de que estuviéramos juntos, pues ya habían agotado todos los recursos que tenían para intentar que nos decidiéramos a dar el paso y nos habíamos demorado bastante en superar la barrera de la timidez y la amistad. Y nuestra vida universitaria continuó como antes, solo que ahora éramos novios y nos demostrábamos nuestro amor públicamente, solíamos estudiar juntos, íbamos a pasear si no todos los días, varios a la semana… en fin. También solíamos ir a pasear con los chicos y, a veces, lo hacíamos en parejas, pues por esa época, Carla estaba de novia con un chico que conoció en su clase de inglés y que la traía bastante loca… Franco - ¡Pues me alegro mucho por ti! A ver cuando nos lo presentas… (le había dicho alguna vez mientras estábamos en el parque, cuando nos lo contó) Eva – Pues yo por ti me alegro, pero no por él… (haciendo cara de puchero) Carla - ¿Qué dices? (sonriendo y lanzándole una servilleta de papel hecha una bola, sabiendo que se venía alguna clase de chiste) Eva – Pues que aguantarte a ti… ¡Debe ser un ángel! Jajajaja Alejandro - ¡Qué mala eres cuando quieres, Eva! (riéndose junto a Manuel) Carla – Pues tú no te quedas atrás…  (poniéndose  seria de repente) Manuel - ¡Pero ella ya tiene a su ángel! (echándoseme arriba junto con Alejandro) Franco - ¡Basta ya! (riéndome con ellos a carcajadas, mientras rodábamos por el pasto como tres críos) Carla – Jajajaja ¡Me muero si Pedro los conoce! De verdad… ¡Serían cuatro para hacer el tonto cada vez que salimos! Jajaja Y vaya que lo fuimos… el tal Pedro era tanto o más majo que mis amigos y enseguida se hizo un lugar entre nosotros. Muchas veces, incluso, nos invitó a fiestas que organizaba en su casa con sus amigos, como si nos conociera de toda la vida. Y no solamente a fiestas nos invitaba el chico de Carla. Cada vez que armaba un partido de fútbol con sus amigos, nos invitaba y cada vez que el estudio nos lo permitía, allá íbamos junto a Alejandro y Manuel a mostrar nuestras pocas habilidades, pero a disimularlas lo mejor posible, pues, en mi caso, mi chica estaba alentándome desde las gradas y eso era tan importante para mi que, ocasionalmente, me llegaba a sentir como el mejor jugador del mundo y me animaba a patear al arco unas cuantas veces... tantas, que algún gol llegaba a convertir para dedicárselo a ella, sonriendo y haciendo un corazón con los dedos de las manos…
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