—¡Su majestad imperial, el Zar Dimitri Adrik Sidorov Isaev!—anuncio el vocero real. Se abrieron las puertas para permitirle el paso al gobernante del reino vecino. Tan pronto como se pronunciaron aquellas palabras, se adentró un hombre con porte elegante, en su mirada color miel pude ver lo que William me había advertido, arrogancia y sed de poder. Su aspecto era refinado, vestía un traje color rojo granate con detalles oscuros sobre los botones, botas y cinturón, sobre sus hombros se extendía una capa dorada que brillaba con cada rayo de luz que le tocaba. A pesar de la ostentosidad, la belleza de su rostro era escasa, la expresión que sostenía era severa, como la de un hombre amargado, aunque no parecía tener más de cuarenta años. Su cuerpo se notaba corpulento y robusto de los hombros,

