—¿Qué?— dije sin poder creerlo. —Con la velocidad con la que se aproxima es cuestión de minutos para que estén aquí. —Debo irme— anuncié mirando hacia el consejero. Entonces los latidos de mi corazón comenzaron a ser frenéticos. Cuando salí, mi andar era presuroso, no podía perder el tiempo. Subí a la planta principal, ahí mis damas esperaban por mí y al verme intentaron aproximarse, sin embargo, una voz las detuvo. —Helena— la voz de la duquesa hizo eco en el pasillo vacío. —¡William está aquí!—dije con emoción esperando que ella comprendiera mi felicidad. —Eso lo sé, pero...— respondió con altanería mirándome de arriba abajo—¿Por qué la reina corre deliberadamente por los pasillos como una niña tonta? —¿Cómo puede hablarme de esa manera en esta situación?— me atreví a responderle.

