Capítulo Cuatro

1083 Palabras
POV de Ashley Desperté al día siguiente sintiéndome muy feliz. Ahora tengo dieciocho años. Legalmente soy una adulta que puede hacer lo que quiera. Recordé todo lo que pasó anoche. Cerré los ojos y puse la mano sobre mi cuello, imaginando los labios del desconocido sobre mi piel. ¡Se sintió tan bien! Aún podía olerlo en mí. Me pregunté si eso era lo que se sentía al estar con un hombre. Nunca he tenido novio, así que no tengo idea. Ahora entiendo por qué Lisa y las demás no pueden mantenerse alejadas de los chicos. Tarareaba una melodía mientras bajaba las escaleras, pero me congelé al llegar a la cocina. Mis padres estaban sentados, esperándome, con expresiones que no presagiaban nada bueno. —Dios mío, por favor, que no sea a mí a quien esperan —recé mentalmente. No estaba preparada para problemas esa mañana. —Buenos días —logré decir. Mi corazón latía con fuerza, lleno de miedo e incertidumbre. —¿Qué tiene de bueno la mañana, querida hija? —preguntó mi padre con voz hostil. Guardé silencio, porque sabía que responder solo empeoraría las cosas. Solo deseaba que no supieran nada sobre mi salida de anoche. —Ya que nunca sirves de nada en esta casa, decidimos… —empezó mamá, pero papá le dio un golpe en la espalda. —En fin, hace mucho que no salimos los tres juntos. Hoy iremos a desayunar fuera —dijo mi padre. Eso me pareció muy sospechoso. La última vez que salimos a comer juntos fue hace seis años. ¿Por qué hacerlo hoy? Tal vez querían cambiar, pensé. Pero en el fondo sabía que algo estaba mal. Antes de que pudiera protestar, mamá se levantó y me tomó la mano con fuerza. —¡Vamos! —ordenó papá con una gran sonrisa, como si acabara de ganar la lotería. Definitivamente, algo no estaba bien. Fuimos al coche. Papá se sentó al volante mientras mamá y yo íbamos atrás. Ella no soltó mi mano ni un segundo. A medida que avanzábamos, noté que íbamos hacia las afueras de la ciudad, hacia la zona donde se realizaban actividades peligrosas. “¿A dónde demonios vamos?”, me pregunté mientras el miedo se abría paso en mi pecho. Pronto llegamos a un edificio cubierto de grafitis oscuros. Solo con mirarlo, gritaba peligro. Papá aparcó y bajó del coche. Mamá lo siguió. Cuando dudé en salir, ella me jaló bruscamente y empezó a arrastrarme hacia la entrada. Mi corazón latía con fuerza. No me gustaba ese lugar ni la vibra que desprendía. Papá golpeó la gran puerta de hierro. Un hombre enorme, lleno de tatuajes, la abrió y nos miró con desconfianza. —Venimos a ver a Pablo. Nos está esperando —dijo mi padre con voz temblorosa, intentando sonar firme. —¿Usted es el señor Johnson? —preguntó el hombre. —Sí, soy yo —respondió mi padre. El hombre nos hizo pasar. No pude evitar taparme la nariz mientras caminábamos dentro. Todo olía a m*******a, drogas y alcohol. Quizás era el lugar donde mis padres compraban sus cosas. “¿Pero por qué me trajeron con ellos? Tal vez querían conseguir su dosis antes de desayunar”, pensé intentando justificarlo. Cruzamos un pasillo largo hasta llegar a una oficina al fondo. Dos hombres custodiaban la puerta. Nos revisaron antes de dejarnos entrar. Dentro, un hombre estaba sentado en el escritorio principal. Tenía tatuajes por todo el cuerpo visible. Al verlo, tuve la sensación de estar frente a un descendiente del mismísimo demonio. Debía ser Pablo. —Bueno, bueno… No esperaba verte tan pronto, señor Johnson —dijo el hombre, exhalando humo de su cigarro de m*******a. —No quiero estar en su lista negra, así que vine lo antes posible —respondió mi padre. —¿Es ella? —preguntó Pablo, mirándome directamente. Mis piernas comenzaron a temblar. “¿Qué demonios quiere decir con eso de si soy ella?” —Sí, ella es —respondió mi padre. —¿Y estás seguro de que está intacta? —preguntó nuevamente. —Sí, lo está —dijo mi padre con orgullo. Sentí un escalofrío. No me gustaba hacia dónde iba esa conversación. —Bien. Aquí está tu pago —Pablo le entregó un sobre, que mi padre tomó con una sonrisa. —Ya pueden irse —ordenó el hombre. Mamá soltó mi mano por primera vez. Ella y papá se giraron para irse, y yo también, aliviada de que por fin nos marchábamos de aquel lugar espantoso. —¿Y tú a dónde crees que vas? —preguntó el mismo hombre tatuado de la puerta, bloqueando mi salida. —¿Qué quieres decir? Obviamente, me voy a casa con mis padres —respondí confundida. De pronto, todos empezaron a reírse: el hombre, mis padres, incluso Pablo. No entendía qué tenía de gracioso. —Oh, querida… Ya no existe “hogar” para ti —dijo Pablo, enfatizando la palabra hogar con una sonrisa siniestra. —¿Qué quiere decir con eso? —pregunté, dejando que el miedo se reflejara en mi rostro. —Tus padres me vendieron. Me deben diez mil dólares, y como no pueden pagar, te vendieron a ti por esa cantidad… más cinco dólares extra. Ahora me perteneces. Este es tu nuevo hogar —explicó con malicia. —¿Qué? —No, eso no podía ser verdad. Sabía que mis padres no eran los mejores, pero… ¿venderme? Sin embargo, al mirar sus rostros, supe que era cierto. —¿Por qué? ¿Por qué harían esto? —pregunté entre lágrimas. Nunca imaginé que algo así pudiera pasarme. —¿Por qué no? —dijo mamá con desprecio—. Disfruta tu estadía aquí. —Sopló un beso al aire y se marchó con mi padre. No intenté seguirlos. Me dejé caer al suelo, llorando con todo el dolor que sentía. No podía creer que mis propios padres me hubieran vendido por dinero. —¡Basta! Roy, llévala con las chicas. Que la preparen para esta noche. Presiento que será muy rentable —ordenó Pablo. El hombre enorme me agarró y empezó a arrastrarme fuera de la oficina. No protesté; sabía que podían matarme si lo hacía. De todas formas, ya me sentía muerta por dentro. No podía creer que unos padres fueran capaces de hacerle esto a su hija. Mientras el gigante me arrastraba por el pasillo, solo podía preguntarme qué iba a pasar esa noche.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR