[KIAN] La habitación huele a calma, a sábanas limpias y a esa mezcla de su perfume con mi piel. Caeli sigue acurrucada en mi pecho, dibujando círculos con la yema de sus dedos sobre mi mano, como si no quisiera soltarme nunca. Yo la observo en silencio, memorizando la forma en que la luz de la mañana acaricia su rostro, ese contraste perfecto entre su fragilidad y la fuerza con la que siempre se levanta después de cada golpe. —¿Sabes? —dice de pronto, con una sonrisa traviesa que suaviza el ambiente—. Si Asaí sale con tu carácter, vamos a tener que armarnos de paciencia. Me río bajo, besándole la frente. —Si hereda tu terquedad, ya puedo darme por vencido. —¿Mi terquedad? —levanta una ceja, fingiendo indignación. —Sí, preciosa. Esa misma que me enamora y me desespera al mismo tiempo.

