Creía que mi primer día aquí sería un poco más tranquilo, pero fueron tantos documentos que tuve que llenar, y tan extensos los terrenos que me ha tomado casi todo el día. Tanto los empleados como el señor Gerardo y su hija han sido muy amables conmigo. El único que se ha comportado un poco extraño ha sido su novio Mariano, y no sé muy bien por qué. La única certeza que tengo es que no veía la hora de llegar a la casa que ahora será mi hogar.
El señor Pieres me dio la opción de vivir en una de las casas que se encuentran en sus terrenos y aunque no me agradaba mucho la idea de vivir bajo las reglas de lo que esto representa, no veo que me vaya a afectar demasiado cuando prácticamente no tengo vida después de mi trabajo.
Dejo el poco equipaje que traje a un costado y hago un rápido recorrido a solas por la casa para familiarizarme con esta. No se parece en nada a la casa donde vivía en Miami. Este sitio obviamente es más pequeño, pero es muy agradable con su decoración campestre y muebles amplios y cómodos.
Me siento en el sofá, y solo me quedo aquí en completo silencio mirando a la nada misma. Supongo que mi mente no me deja en paz, Aria aparece una y otra vez con cada cosa que hago o vivo. Me imagino a su lado en un sitio como este y sé que le hubiese encantado estos muebles hechos de madera rustica, los cuadros con fotos de caballos, y la cocina a gas.
«Cuanto quisiera tenerte aquí, amor mío» pienso y cierro mis ojos permitiendo que sus recuerdos me hagan sonreír.
De pronto escucho que alguien llama a la puerta y es tanta mi sorpresa que me sobresalto. Miro la hora y de verdad no entiendo quien pueda ser, pero no me queda más que ir a abrir, y al hacerlo la veo a ella.
—Señorita Pieres —digo un poco confundido y me percato que se ha cambiado de ropa, ahora viste un vestido corto color floreado y tenis blancos.
—Caeli —me corrige y muestra una bandeja con comida y una botella de vino—. Supongo que no hay nada de comer acá —comenta.
—Así es, pero iré a hacer compras pronto —explico.
—Por eso quise traerte comida, además es una forma de agradecerte lo que hiciste por Moana —señala.
—Es mi trabajo, no me tienes que agradecer por eso —le recuerdo.
—Tómalo como un regalo de bienvenida, ¿sí? —sugiere y sonrió.
—Está bien, gracias de verdad —digo entendiendo que solo es un gesto amable de su parte y tomo la bandeja.
Ella me mira de una manera extraña y yo no entiendo que es lo que pasa por su cabeza.
—¿Te puedo preguntar algo? —habla bajito y hasta con un poco de vergüenza diría yo.
—Claro.
—¿Por qué aceptaste este trabajo? Hace un rato mi novio me dijo quien sos… él conoce a tus papás, bueno… me refiero a lo que hacen. Vos sos un hombre con un estatus, tenes tu vida solucionada, ¿Por qué venís acá a cuidar a nuestros caballos? —me cuestiona y ahora entiendo un poco porque él me miraba así.
—¿Por eso es por lo que no le caigo bien a tu novio? Perdona que te pregunté, pero me di cuenta rápidamente —inquiere y sonríe.
—Supongo que es un poco eso y un poco otras cosas —dice de forma misteriosa.
—No entiendo…
—Nada, no te preocupes, son cosas de él y sus inseguridades… pero decime, ¿Por qué viniste acá? —insiste.
—Eres muy directa —confieso y sonríe.
—Perdón, pero es que no entiendo que hace alguien como vos acá —presiona.
—Digamos que necesitaba cambiar mi vida, ¿te molesta que este aquí? —averiguo confundido y niega con su cabeza.
—No, es solo que no quiero que Moana se encariñe con vos y después la dejes —expresa y sonrió.
—No va a pasar eso, créeme que tengo intenciones de quedarme por una larga temporada —resumo.
—¿Eso quiere decir que me podés ayudar a entrenar con Moana? —cuestiona de pronto y no entiendo de que habla.
—¿Cómo así?
—Quiero competir con ella, quiero hacer equitación con Moana —comenta y la miro con dudas.
—Yo solo soy veterinario —miento.
—Mariano me dijo que tenes experiencia en equitación —menciona y niego.
—No puedo, lo lamento, solo puedo ser su veterinario, ¿si? Hora si me permites estoy un poco cansado —digo tratando de ser amable, pero la verdad es que no estoy bien, no cuando ella me vuelve a recordar el peor momento de mi vida.
—Perdón, pensé que…
—Hablamos mañana, ¿sí? De verdad estoy cansado ahora, y gracias por esto —digo y simplemente me meto a la casa con toda la intención de cerrar la puerta y dejarle saber que no quiero hablar más de esto.
No sé porque ella quiere hacer equitación, ¿Cuál es la necesidad? ¿Por qué quiere que yo la entrene cuando lo único que quiero es olvidarme justamente de todo aquello que hice una vez?