Nunca fui bueno para bailar, desafortunadamente eso no es algo que le herede a mi padre, pero hasta este momento nunca me fue necesario. Aria no era amante de las fiestas ni de ir a bailar. Ella prefería pasar interminables horas conmigo y los caballos en el establo, o en cualquier sitio donde pudiésemos llevar a Zion, tal y como lo era aquel campo al que tanto íbamos cerca de la playa. Frente a mi ahora tengo a una mujer que intenta convencerme de que sus pasos son fáciles de seguir, pero a decir verdad dudo que pueda seguirle el ritmo. —Tenés que hacer así —me indica cuando hace un chasquido con los dedos de sus manos. —Hare el ridículo —advierto y ríe. Se acerca, me toma de las manos y me jala hacia ella acortando nuestra distancia. —No hacés el ridiculo, solo sos un yanki tratando

