Valois me toma de la mano para llevarme consigo, lejos de aquella habitación de descanso. Afuera me percato de un fuerte movimiento de soldados que resguardan el lugar desde todas direcciones y aunque agradezco las intenciones de Valois de protegerme, pienso que lo peor ya ha pasado. Sigo sus pasos sin soltar su manos hasta una oficina, en la cual ambos ingresamos. En el interior vemos dos hombres vestidos de médicos, quienes no dudan en hacer una reverencia ante nosotros. —¿En qué podemos servirles sus majestades?—dice uno de ellos mientras alza la cabeza y reincorpora el cuerpo. —Quisiera ver a la señorita Montalbán de la Rois—solicita y ambos médicos se miran entre sí, un tanto desconcertados. Sus caras, por supuesto, me preocupan un poco, pero enseguida, el más joven de los dos, qui

