Me odio, por amarlo y al mismo tiempo odiarlo. Me arrepiento de haberme dejado llevar por una estúpida ilusión que yo misma cree, porque él no cambiara su forma de pensar ni su manera de ser por mí, porque sus convicciones son mucho más fuertes que eso, porque sé que si el pueblo se lo pidiera él ya les habría entregado mi cabeza.
Pienso que él tuvo razón en algo que dijo, que elegiría a cualquier antes que él y es verdad. Ahora que he visto esta parte de él, la que es inflexible y dura conmigo, pienso que no hay lugar aquí para mí, para nadie que fuera parte de la realeza o de la aristocracia de mi padre, así que no me queda más que irme
—Hemos llegamos, majestad—me dice Keith sacándome de mis pensamiento tortuosos que me advierten que huya lo más antes posible y a la primera oportunida
