Pude percibir la furia en sus ojos, pero me daba igual, no le temía y mucho menos me iba a dejar intimidar.
—Vete —ordené. —. No seas tú misma la razón por la que no la puedes ver, Giordano es un gran hombre y estoy segura de que sino te hubieras ido por el lado de quitarle a la niña, no hubiese prohibido que la veas.
—Eso es entre él y yo, no tengo porque discutirlo contigo —se dio la vuelta y se fue.
Suspiré hondo al verla marcharse.
—¿Quién era? —preguntó la niña dejándome sin el habla, había dicho demasiado frente a ella.
—Ven —la tomé de la mano y la guié hacia el sofá. —¿Sabes que tienes una mamá? —asintió. —. Es ella, sólo que no pudo estar contigo todo este tiempo —no sabía ni cómo explicarle tal cosa a una de tan sólo siete años.
—Me abandonó —soltó. —. Así decían mis
