Alan sigue en silencio. —Alan, yo jamás quise... —Basta, Leilah —corta con la voz quebrada, alzando el mentón ligeramente pero todavía sin mirarme. Su pecho comienza a subir y bajar pesadamente, pero agitado al mismo tiempo—. Ya dijiste lo que tenías que decir. Asiento nuevamente haciendo acopio de mi escasa madurez para no hablar sobre qué, cómo y cuándo cancelaremos lo preparado o si nuestras familias se encargarán. —Lo sabía, maldición —gruñe Alan, apretando ahora sus manos en puños. Lo miro en silencio—. El tiempo no retrocede —musita con voz trémula, sus ojos están ahora cristalizados en lágrimas. Sólo con su tono me siento frágil e indefensa, su mirada empañada por el dolor escuece mi pecho a pesar de saber que es lo mejor para ambos. No estoy segura si habla conmigo pero de to

