Mi mente me acusa por sentirme cohibida por una respuesta inesperada a todas las preguntas que me torturaron durante meses, castigándome a mí misma con respuestas que me hundían en el agobio y me demostraban lo poca cosa que soy para él. Ese estado de turbación me llena de enojo, y con la aplastante sensación de insidia que me envuelve el corazón, no logro más que martirizarme con lo que de pronto me parece sólo una pobre justificación. —¿Esa es tu excusa? —logro balbucir—. ¿Te dio... miedo? Pensar que estaba asustado suena ridículo, pero no encuentro otra explicación ahora que quiero aferrarme con todo, a la idea de que realmente no dijo todo eso en serio, que su hiriente comportamiento no fue más que una reacción instintiva, quizás hasta inconsciente para no involucrarse al punto de

