—Oye, disculpa –un par de enormes ojos verdes se atraviesan en mi vista cuando volteo la cabeza irritado–. ¿Puedes decirme cómo se usan estas cosas? Parece que están rotos. Pongo los ojos en blanco cuando un pequeño dedo señala sus audífonos y chasqueo la lengua de manera grosera, fijándome que la chica tiene pinta de todo, menos de ser una pueblerina sin clase. —¿No sabes usar unos simples audífonos? –me burlo con sorna, viendo complacido que no le causa nada de gracia–. ¿De qué clase de país tercermundista has salido tú, rata salvaje? —No estoy habituada a estos cachivaches extravagantes –se encoge de hombros–. Y no soy ninguna rata salvaje, riquillo niño mimado de malos modales. —Usualmente no tengo malos modales y menos con las chicas, pero la verdad, tú me caes bastante mal –hag

