—¡No quiero que se acerquen de nuevo a mí! –grita la pelirroja, bastante enfadada–. ¡Son unos brutos salvajes, miren cómo me dejaron los brazos! Señala sus extremidades blancas y magulladas, haciéndome rechinar los dientes sin pensar. El tipo palidece y parece que ha entendido el tamaño de error que ha cometido. —¿Ocurre algún problema? –se acerca un guardia de seguridad, con la mano en el cinto de su pantalón. —¡Estos hombres trataron de llevarme a la fuerza! –gritó nuevamente la pelirroja, en un tono agudo casi imposible para alguien normal–. ¡Y mire cómo me han maltratado! —Debemos llamar a la policía –comienza diciendo el hombre, mirando con severidad al delincuente y sus cómplices. —¡Usted no entiende! –dice bastante pálido el hombre, dirigiéndose a Alanys con una clara expresi

