—¿No me vas a detener, Leilah? —suelto un risotada sin atisbo de felicidad. Ella no dice nada y aquello exacerba mis nervios—. Bien, porque ya no quiero discutir, ni siquiera me da asco pensar en ti.
Llegamos al sitio suelta y la suelto, volviéndome de golpe.
—Quítate la ropa —ordeno con voz dura.
Noto su rostro completamente pálido al entender mis palabras y cómo su cuerpo tiembla de pánico con la sola idea de hacer el amor conmigo. La garganta se me anuda.
Aquella escena es insoportable para mí. Frunzo los labios al oírla gimotear de manera estúpida y sumisa, comenzando a desabotonar su blusa no por deseo sino por coacción.
¿En serio pensaba ceder ante mis peticiones simplemente porque se lo estaba ordenando? ¿Así había sido con Evan? Estoy a punto de reírme de mí mismo. Claro que
