Como si fuese una especie de llamado telepático mi celular comienza a vibrar dentro del bolso. Miro la pantalla, no aparece el contacto registrado pero reconozco el número: me lo sé de memoria. Evan me ha llamado estos últimos tres días, desde que prácticamente me amarré con grilletes imaginarios al departamento de mi prometido y me resistí a la tentación de ir al bungaló. Está claro que no obtendré más que complicaciones y penas, por más melodramático que suene. El patrón es el mismo: dos veces en el día, por la tarde (como ahora) y durante la noche. Desconozco los motivos reales, probablemente se deba a lo ocurrido con Rick, pero ni así parece una razón de peso para que insista tanto. Evan es tan arrogante que al primer plantón se acordará de lo poco valioso que es esperar de nuevo.

