Paso las manos por mi rostro y como puedo, me peleo contra los pedazos de tela que me impiden la movilidad. Finalmente me pongo de pie y aún tambaleante me acerco a la ventana de mi habitación (que esta vez está cerrada) y la abro asomándome al exterior con desesperación. El dolor en mi garganta va perdiendo fuerza al comprobar que no hay nada debajo, ni cuerpo ni una visión terrible que adjudico a una espantosa pesadilla que había sido manifestada por mis miedos y remordimientos, aunados al nivel de alcohol consumido. —Leilah... —musito a la calma de la oscura noche—, no llegaste. La certeza de su ausencia vuelve a traer un nudo en mi garganta y un lacerante dolor en mi pecho que me hace sentir de nuevo asfixiado. Cierro los ojos y mis labios tiemblan cuando los sollozos abandonan mi

