A pesar de todo, sé que Leilah me quiere. Lo noto en sus reacciones, en cómo actúa cuando me tiene cerca, o cuando mis labios se unen a los suyos de manera apasionada y febril, cuando su cuerpo tiembla como el mí con la misma sensación amarga que me causa el no poder tenerla como quiero, el no poder poseerla como antes. Las horas pasando lentamente, los pensamientos que me torturan y poco a poco el alcohol comienza a hacer estragos en mí, mis ojos pesan cual par de yunques y luego de terminar con un último trago me dirijo de manera tambaleante hacia las escaleras, directo a la única habitación de la cabaña. Me siento en la cama con una fuerte sensación de vértigo que nubla mis sentidos y quizás mi raciocinio. No consigo dejar de pensar en Leilah, en su ausencia que deja un enorme vacío

