Leilah Apenas pongo un pie fuera de la clínica, me envuelve una brisa helada que logra hacerme tiritar. De inmediato me acomodo los guantes de fieltro, tirando de ellos hasta esconderlos debajo de las mangas de mi chaqueta para que no haya ningún espacio de piel expuesta a la gélida intemperie. La nariz me escuece con un cosquilleo debajo de la bufanda, ni siquiera mi propio aliento caliente contra el estambre logra calentarme el rostro. Echo una ojeada a la solitaria calle, prestando atención a cada detalle en los edificios grisáceos que flanquean la carretera; los primeros haces de luz van bajando entre las nubes para iluminar el ambiente invernal que comienza a respirarse con más fuerza durante la madrugada. Hacía poco, no muy poco en realidad; habían caído los primeros copos de ni

