—No seduces ni obligas niñas —bromeo, ahora que mi humor está comenzando a soltarse de las ataduras de la incertidumbre. Evan enarca una ceja con su eterno aire prepotente y da otro sorbo a su copa. —¿Vas a cenar o a seguir mirándome? —reta, y es imposible no notar el tono ronco en su voz. Me muerdo el interior de la mejilla decidiendo que no quiero lo uno ni lo otro, puesto que se ha instalado en mi mente una nueva idea que no va a irse. —En realidad… —ahora me muerdo el labio—. ¿Te molestaría si doy una vuelta por aquí? Los ojos cafés de Evan se encienden con una extraña chispa que no sé identificar. —Sigue siendo tuyo —alcanzo a oír, mientras dirijo mis pasos hacia las escaleras. Conforme voy subiendo peldaño a peldaño, los recuerdos se aglutinan en mi mente, reviviendo todos y c

