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2633 Palabras
AMELIA  —Toc Toc —bromeé golpeando la puerta de la habitación de mis padres.  Mi madre no tardó en abrirme la puerta y la vi tan guapa y reluciente que me entraron ganas de quedarme en casa. Ella sabía llevar cualquier cosa. Esa noche iban a salir de cena juntos y me habían echado una larga charla sobre los peligros de una fiesta más unas cuantas insistencias de que pasara lo que pasara debía llamarlos.  —Pasa, cariño —me animó.  Mi madre tenía un armario enorme, recibía ropa de última temporada cuando trabajaba con algunas marcas y de vez en cuando me dejaba vestir algunas prendas; sabía que algunas chicas se morían de envidia por ello. Era otro punto a favor de tener a mis padres.  —¿Puedes... dejarme un vestido para la fiesta?  Su sonrisa me encantó, y correteó descalza hasta su armario. Abrió las puertas y todos los vestidos caros, brillantes y nuevos estaban allí esperándome. Tenía tantos y aún así su favorito era el que llevaba puesto porque se lo regaló mi padre.  —Puedes ponerte cualquiera de estos —me dijo, y apartó a un lado un par de perchas con vestidos en fundas transparentes—. Tengo que trabajar la semana que viene con los otros.  Yo ya estaba embobada y con la cabeza metida en el armario. Había vestidos que me parecían demasiado para una simple fiesta en una casa, pero entre brillos, escotes, y faldas cortas, encontré el que era para mí. Era un vestido n***o de satín y tenía tantas cuerdas en el escote de la espalda que tuve que pedirle ayuda a mi madre para atármelo. Cuando me miré al espejo ni siquiera me reconocí. Mis vestidos eran más coloridos y no eran tan ajustados a como ese me quedaba, y desde luego que no tenían escote ni un poco; pero ese me encantó porque se veía elegante y delicado y no me hacía sentir incómoda.  —Estás guapísima —me alagó mientras me definía las ondas del pelo con una rizadora—. A tu padre le va a dar algo cuando te vea. Pareces hasta mayor que yo.  Me reí y asentí al espejo. Aunque mi madre estaba en sus buenos cuarenta, no lo parecía. Las dos éramos unas negadas para el maquillaje y solíamos hacerlo igual, así que nos parecíamos más aún cuando estuvimos listas. —¡Sofía! —gritó mi padre cuando ella se estaba abrochando los tacones sentada en su cama.  —¡Ya voy! —se levantó y correteó hasta el armario sacando dos bolsos muy parecidos—. Mira, te dejo este aquí para que lo uses y hay algo de dinero dentro por si acaso. —Volvió a corretear hasta mí y me dio un beso en la cabeza mientras yo iba por mi quinto intento de un delineado—. Te quiero.  —Yo también te quiero, mamá.  Mi madre tocó la puerta y asomó la cabeza lentamente. Ya venía con el ceño fruncido y se le juntaron las cejas cuando me levanté para despedirlos.  —Estás muy guapa pero no es... —Está perfecto, Hunter —le cortó mi madre, le cogió de la mano y al momento él se relajó. Yo quería tener ese poder con alguien.  —Es como tú —murmuró, y sacó una sonrisa apuntándome con su teléfono—. Poneos juntas, estáis las dos muy guapas.  Recuero que siempre me sorprendí por la memoria de sus teléfonos. Su galería estaba a rebosar con fotos de los tres y todas sus fotos de perfil en r************* eran conmigo o con mi madre. Hizo por lo menos veinte fotos en la misma pose antes de que yo le quitara el teléfono de las manos y les hiciera otro par de fotos a ellos. Me di cuenta de como su mano envolvía la cintura de mi madre, y de como mi madre sonreía sin dudarlo apoyando la cabeza en su pecho. Me hacía feliz verlos felices. —Vale, ya está —dijo él, y los seguí escaleras abajo—. Cierra las puertas y ventanas cuando te marches y nos avisas cuando Erick venga a por ti. Sabemos que vas a estar a un par de calles pero ve con cuidado y nos llamas si pasa algo.  Mi madre asintió a su lado y me rodeó con sus brazos antes de despedirse. Mi padre nos rodeó a las dos y casi les empujé para que se marcharan.  —Ya me ha quedado todo claro —insistí, y les empujé sutilmente hacia la salida—. Vais a quedaros sin sitio.  Conseguí que dieran unos pasos por el patio delantero y a mitad de camino mi padre se giró y me apuntó con un dedo sin dejar de caminar de espaldas.  —Y nada de chicos, ¿me oyes?  —Alto y claro —dije.  Había tapado un poco el escote, y me había bajado la falda del vestido más de lo necesario para que no fuera tan llamativo, pero cuando me quedé sola puse el escote normal del vestido y me subí un poco la falda hasta el muslo.  Erick vino andando hasta casa, al final la fiesta era a un par de calles y hacía buena noche para dar un paseo por el vecindario. Se quedó pasmado en la acera delante de casa cuando salí y le costó saludarme.  —Estás... wow —dijo y me hizo reír.  —Tu también estás... wow —imité, y él también rio.  Echamos a andar los veinte minutos de camino a la fiesta. Era suerte que entre casa y casa hubiera bastante distancia, por eso en verano se veían tantas fiestas, porque nunca molestaban. Los coches estaban aparcados por la calle a metros antes de la casa. La conocía, Dina Johnson había sido durante años parte de las animadoras y me invitó a un par de fiestas en esa casa a pesar de que nuestro intercambio de palabras era escaso.  Erick y yo rápidamente nos sumamos a la marea de personas y agradecí que yo no destacaba entre el resto de chicas que vestían ropa con tacones mucho más llamativos que mi vestido y mis zapatos planos de vestir.  Me pasó lo mismo que al entrar al pub con Elliot, los oídos se me tuvieron que acoplar a la música alta y a los gritos, y cuando lo hice escuché a Erick preguntarme a gritos si sabía dónde estaba la cocina. Tuvimos que agarrarnos con fuerza para llegar juntos y cuando lo hice me dio asco, y algo se me removió por dentro. Elliot estaba allí y no sé muy bien qué esperaba, pero nunca lo había visto besarse con nadie y hacerlo fue asqueroso. Sabía de sobra que salía con chicas y hacía de todo con ellas, pero una cosa era saberlo de oídos y otra era verlo en directo. Me entró una repentina decepción y tuve que apartarla recordándome que sólo era Elliot, > me repetí; sin embargo el pequeño malestar perduró toda la noche.  —¡Hey! —Dina atravesó a un par de personas y se nos puso delante sujetando un vaso de plástico rojo—. ¿Qué tal estás? Mira, las bebidas están por allí.  Y como llegó se fue y arrastré a Erick hasta la encimera de su enorme cocina. Fue la primera vez que vi a Erick probar el alcohol y yo me llené el vaso con refresco. Quería irme de allí porque no quería que Elliot me viera.  —¿Quieres probarlo? —me ofreció cuando nos instalamos en una esquina del jardín de la casa.  Torcí los labios pero agarré su vaso. Era la primera vez que probaba el alcohol y no me gustó.  —Uuggg —le di un rápido trago a mi refresco para quitarme el sabor amargo—. ¿De verdad te lo vas a beber? No te pases, no puedo cargar con tu culo de vuelta a casa y tus padres te darán una buena.  Se rio y me pasó un brazo por los hombros meneándose a mi lado al ritmo de la música. Aunque el ambiente no era como el del pub, no pude evitar sentirme algo incómoda la primera hora hasta que Erick empezó a animarse y me apunté a su locura. Nos unimos a un grupo de compañeros de clase entre los que había una chica a la que no había visto nunca. Entre el escándalo me dijo que se llamaba Jess y era nueva en el vecindario. Llevaba una falda plisada hasta la rodilla y una camiseta de manga corta metida por dentro de la falda. Ella no encajaba allí y se notaba con diferencia. Entonces me contó que estaba descargando cajas con su madre y había visto a muchos chicos pasar por su calle hacia la fiesta; simplemente la habían acogido como a una más y allí estaba. Más tarde me enteré de que se mudaron tras la muerte de su padre por el cáncer y en una sola noche nos hicimos muy buenas amigas. Hasta nos separamos del grupo para tomar el aire y dejé a Erick con unos compañeros de su clase de cálculo avanzado.  —Así que... ¿a él le gustas pero a ti te gusta su hermano y se estaba besando con una universitaria en la cocina?  Pateé una piedra del patio delantero de la casa y me encogí de hombros sintiendo esa ínfima molestia que no debía de existir en mi. Era la primera vez que sentía celos y era por culpa de Elliot y una rubia teñida.  —Dicho así sueno como una completa estúpida —resoplé y me quité el pelo de la cara con algo de frustración.  ¡Es que era Elliot! —¡Claro que no! —me dijo ella y sacó una pequeña sonrisa—. Deberías disfrutar esta noche y dejar que pase lo que tenga que pasar con el tiempo. Al final me parece que todos tenemos que pasar por errores para saber llevar una relación con la persona indicada.  Sí, y pensé que era aún más patético que Elliot fuera mi error sin siquiera tener claros mis sentimientos.  —Tienes razón —dije de todas formas, y me alisé la falda del vestido—. ¿Vamos a por algo de beber? Desde que me han tirado el vaso tengo la boca seca.  Ella se miró otra vez, ya me había comentado lo incómoda que estaba porque decía parecer una monja así vestida, pero esa su estilo y le quedaba muy bien.  Atravesamos de nuevo toda la marea de gente y por suerte esa vez Elliot no estaba ni cerca. Rellenamos dos vasos más con refresco y de vuelta al jardín para encontrarnos con Erick, Jess se tropezó y antes de que yo pudiera evitarlo Greg la aguantó para no caerse. —Hola —dijo. Por suerte él era el más civilizado de su grupo y el que mejor me caía—. Amelia, ¿qué tal estás? Oye, Mike siente lo del otro día, fue un completo c*****o y...  Agité las manos y él me pasó un brazo por los hombros en una especie de abrazo.  —Está todo bien, Greg, gracias por preocuparte pero no tengo intención de volver a rodearme cerca suya.  Asintió con los labios apretados y miró a Jess sacando una sonrisa bastante amable. Greg lo era y estiró la mano hacia ella. El contraste de sus pieles era muy bonito, siempre me gustó la piel oscura de Jess porque era tersa y sin una sola imperfección. Su madre tenía rutinas de piel tradicionales de su país natal en África y funcionaban mágicamente haciendo maravillas.  —Soy Greg, encantado —sonrió, y sacudió su mano contra la de ella. —Me llamo Jessica —se presentó ella.  Greg estiró el cuello por detrás de nosotras y levantó la mano en el aire. Giré la cabeza y vi a Elliot clavar sus ojos en mi cuando pareció darse cuenta de que aquella era yo. Mentalmente le lancé un montón de cosas a la cabeza, pero me hice la indiferente porque es lo que yo me merecía. Me merecía no comerme más la cabeza por alguien como él.  —Bueno chicas, un placer pero me tengo que reunir con unos trogloditas —se despidió Greg antes de marcharse. De camino al jardín se nos cruzaron bastantes borrachos con el móvil en la mano haciendo videos de la fiesta y fotos, hasta unas chicas nos unieron en una foto grupal cuando ni siquiera las conocía. Llegué a Erick, que se meneaba animado algo achispado por el alcohol y me quedé allí bailando con él y con Jess bastante rato.  —¡Hey! Amelia, ¿cómo te va? —me preguntó Thomas cuando se unió al grupo en el que estábamos.  Thomas era uno de esos pocos chicos (tres para ser exactos) con los que había salido por el momento. Con él tuve tres citas antes de que nos viéramos incompatibles, mi mayor número de citas con un chico por aquel entonces. Thomas era parte del equipo de béisbol del instituto, por lo tanto, era algo popular. Lo nuestro fue incompatible desde el momento en el que pensó que yo era un completo "bonito". Porque supongo que era eso lo que los chicos veían en mí, algo "bonito", yo no era lista, inteligente o graciosa para ellos, solo era atractiva a la vista.  —Bien, ¿y a ti?  —Ya sabes... como siempre. Tampoco hace tanto desde que nos vimos en el instituto.  Sonreí y sentí a Erick darme un toque en la espalda. Claro, el nunca me había visto hablar así con Thomas. De echo él lo consideraba bastante gilipollas.  Cruzó el círculo por la mitad y me apoyó una mano en la espalda agachándose para hablarme. Quise apartarme porque me recordó a la situación con Mike, pero no lo hice y después de hablar un rato accedí a "dar una vuelta con él".  —¡Amelia! —me gritó Erick, y levantó su vaso al aire—. ¿A dónde vas con él?  —Necesito llamar a mis padres y sólo va a acompañarme —mentí.  —¿Quieres que vaya yo?  —No, tranquilo, sigue disfrutando y a la vuelta te traeré otra bebida.  Hubiera insistido más si no hubiera estado bebido.  Thomas y yo nos quedamos hablando en la segunda planta de la casa apoyados a la barandilla de las escaleras y creo que me lo pasé mejor esa noche en cualquiera de las tres citas que tuvimos. Se portó bastante bien y tuvimos una conversación lejos de lo superficial.  —¿Así que crees eso? —me preguntó con una sonrisa blanquecina.  —Bueno, yo sólo digo que la inteligencia en este planeta está algo limitada. ¿Porqué no puede haber otro tipo de inteligencia en otra parte? No lo sé, tal vez a galaxias de aquí haya unos seres enanos y verdes con la cabeza gigante que se pregunten si nosotros existimos.  Se largó a reír y yo hice lo mismo disfrutando por primera vez de la compañía real de un chico que no era mi mejor amigo. Lo disfruté tanto que me envolví en una bruma y probé algo de alcohol del vaso de Thomas, el suyo sabía mejor que la mezcla de Erick pero aun así no bebí mucho más. Cuando me quise dar cuenta, Thomas apoyó su mano en mi cintura y yo las mías en su pecho antes de inclinarme y sentir como me besaba. Ya lo habíamos hecho antes. Hasta que de repente se separó. —Joder... lo siento, tío —ironizó Elliot.  Menudo estúpido estaba hecho. 
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