— ¿Cuándo pensabas contarme tu insensatez? Hago una mueca cuando las palabras de Arslan me atraviesan al llegar a casa, después de nuestra cita con la doctora y pasar por las vitaminas y suplementos que necesitaba. — Sabía que no me dejarías hacerlo si te daba la noticia de mi embarazo— digo lo más calmada posible. Sus ojos echan chispas, pero qué más da. Ya lo hice. — No sé, si ahorcarte o encerrarte en la habitación por lo que resta de embarazo. — Ni lo uno ni lo otro— digo indignada mientras veo como su nariz se dilata y respira de manera pesada. — ¡Maldita sea, Edén! Es que, ¿No tienes instinto de supervivencia? — Los siento, si — digo tratando de apaciguarlo, porque sé que lleva razón. Y me pudre que la lleve. — Todo salió perfecto y ahora estamos bien— me acerco, pero da

