–Esta mañana aún estaba encendido ¿Pero por qué está apagado ahora? – murmuró Sofia. Isabela sonrió con malicia – ¡Pobrecita! ¿Quién usaría un teléfono viejo con mil grietas como ese? Después de levantar una ceja, Isabela entró con paso despreocupado, sus caderas empujaron deliberadamente el codo de Sofia, haciendo que el teléfono se le escapara de las manos, cuando el teléfono golpeó el suelo, Sofia solo pudo quedarse boquiabierta, mientras tanto, Isabela contuvo la risa. –No deberías interponerte en mi camino, estoy apurada, mi marido extraña el café que hago. Sofia no se movió, mirando esa cara descarada, solo después de que sus ojos destellaron, dejó escapar un suspiro de incredulidad. –¿No me debes una disculpa, señorita? Dejaste caer mi teléfono. Isabela se encogió de hombros

