Estoy temblando como una hoja y el bajar del auto de Alejandro parece una misión imposible, pero él caballerosamente me ayuda a bajar y sostiene mi brazo —¿estás de acuerdo con el plan?— me pregunta una vez más mientras caminamos hacia la entrada. —Sí — repito. —Mira que, una vez que lleguemos con él, no hay marcha atrás. — advierte. —Lo sé, y por favor ya no me pongas más nerviosa de lo que estoy. — le suplico. —Lo siento, es que esta es la única manera de que los dos salgamos bien librados de esta situación y de que mi padre no sospeche. Es por poco tiempo, sólo hasta que consiga las últimas pruebas que necesito — expone. —Tranquilo, Lucas entenderá si eso es lo que te preocupa — le aliento y espero que realmente esté en lo correcto. [...] Apenas las puertas del elevador se abren