Tan sólo cruzar el umbral de la entrada, de la que ahora es nuestra casa, comenzamos a comernos a besos como si fuese la primera vez. Sus brazos amarrados a mi cintura no me permiten alejar de él y para ser sincera, no tengo la mínima intención de hacerlo. Mis labios tan sólo responden a los suyos y le doy mayor acceso a mi boca para que su lengua y la mía se encuentren en un baile de esos que son capaces de quemarlo todo a su alrededor. De alguna manera me va guiando hasta la escalera y provocando que nuestros besos sean un poco menos coordinados, vamos subiendo mientras que en el camino su camisa es desabrochada por la urgencia de mis dedos. Mis pies sienten la firmeza suelo dejándome saber que ya hemos llegado a nuestra meta y sin más inmiscuyo, mis manos a la altura de sus hombros,