Curtis Wood
La luz de la pantalla de mi laptop ilumina tenuemente el despacho, reflejándose en la madera oscura del escritorio. Afuera, la noche en Italia es silenciosa, pero dentro de mi cabeza hay demasiado ruido que no me deja tener un segundo de tranquilidad por más que lo intente.
Mis ojos recorren la pantalla, revisando el perfil profesional de Angélica White, una vez más. Fotografías de eventos benéficos, entrevistas, publicaciones sobre la fundación. Ni un solo atisbo de su vida personal. Nada…
Su cuenta personal es privada, un muro infranqueable, pero yo no necesito ver esa cuenta para saber más de ella, como lo haría un simple mortal.
Ya sé lo suficiente. Para eso tengo un equipo y el dinero suficiente para investigar y saber cada paso que da, pero me he limitado, por mi propio bien, lo he hecho, porque no quiero enloquecer.
Además, el encuentro con Angélica, lo único que hizo fue incrementar mi deseo de sentirla entre mis manos, por eso debería alejarme. Sus gestos, la forma en que sus labios se separaron apenas cuando me acerqué, cómo sus pupilas se dilataron con el sonido de mi voz. Angélica puede no haber dicho mucho, pero su cuerpo habló por ella y yo, capté absolutamente todo lo que dijo.
Exhalo con pesadez, cerrando los ojos por un instante.
Tal vez debería dejarlo estar, es la mejor amiga de mi sobrina. Terreno peligroso, problemático. Meterme con ella no es solo un riesgo, es una complicación asegurada que no necesito en mi vida, eso lo sé, pero, ¿cómo le explico al resto de mí que eso es lo correcto?
Quisiera una noche, solo una entre mis manos, para saciar la necesidad que tengo de ella y poder seguir adelante con mi vida, pero, por primera vez en lo que me parece mi vida entera, creo que no voy a conformarme solo con una vez.
Incluso con Angelo encima sopeso la posibilidad de que Angélica sea la clave para salir de este enredo, porque ella puede ayudarme, parece una muy buena opción…
Mi mandíbula se tensa.
No estoy seguro de que acepte ni por asomo una propuesta indecente de mi parte, mucho menos un plan más descabellado. Pero, al mismo tiempo, tampoco creo que un acuerdo entre nosotros sea tan difícil. Ella me desea. Lo vi en sus ojos. Lo sentí en la forma en que inclinó su cuerpo hacia mí, en el rubor en sus mejillas, en la manera en que su respiración se aceleró cuando pronuncié su nombre.
Si ella también lo quiere… ¿por qué no hacer esto más interesante?
El sonido de mi teléfono interrumpe mis pensamientos. Frunzo el ceño y aparto la vista de la pantalla para tomarlo. Un número internacional aparece en la pantalla.
Respondo de inmediato, al reconocer el código internacional, es de Norteamérica, mi futuro hogar, si las cosas salen como planeo.
—Curtis Wood —soy directo, sin perder el tiempo.
—Señor Wood, un placer hablar con usted —la voz del otro lado de la línea es firme, con un acento americano marcado—. Soy Richard Coleman. Tengo entendido que está interesado en expandir sus operaciones en Norteamérica, hemos hablado antes y usted se mostró muy interesado en un proyecto que le envié.
Apoyo la espalda contra la silla, entrecerrando los ojos. Esta llamada podría significar exactamente lo que necesito: una oportunidad para establecer mis negocios en Estados Unidos. Para estar más cerca de mi familia.
«Para estar más cerca de ella». Susurra mi voz interna en mi cabeza.
—Estoy escuchando —respondo con calma, aunque mi mente sigue dividida entre la propuesta laboral que está por venir y la mujer que aún no puedo sacarme de la cabeza.
Y que, si juego bien mis cartas, pronto será mía.
—En aras de nuestra futura alianza, señor Wood y como me dijo que prefería venir hasta mis oficinas para firmar el acuerdo, quiero aprovechar la oportunidad y extenderle una invitación especial —dice Coleman con tono afable, pero calculado—. En dos días, habrá una gala donde estarán los empresarios más influyentes del país. Será una excelente oportunidad para establecer conexiones y conocer tanto a sus futuros socios como… a su competencia —deja caer el último comentario de forma intencional, a ver si pico el anzuelo.
Me recuesto en la silla, dejando que una sonrisa ladeada se forme en mis labios.
—¿Competencia? —pregunto con diversión, tamborileando los dedos sobre el escritorio—. Vaya, Coleman, parece que no ha hecho bien su investigación.
—Ah, ¿no? —pregunta con un deje de diversión en su voz.
Suelto una risa baja, con la seguridad de quien sabe exactamente lo que vale.
—No tengo competencia. Estoy destinado a ser el mejor donde sea que me pare, pensé que había investigado un poco más sobre mí y mis negocios.
Coleman también ríe, aunque sé que mi comentario no lo toma por sorpresa. Debe haber escuchado historias sobre mí. Sobre cómo, cuando entro en un mercado, no dejo espacio para nadie más.
—Me gusta su confianza, Wood. Pero, aun así, sería un placer contar con su presencia en la gala —insiste.
Lo dejo en el aire por un momento, sopesándolo, aunque en realidad ya he tomado una decisión; porque si hay algo que tengo en los negocios, es que no subestimo el poder de hacer las conexiones correctas en el momento adecuado.
—Está bien. Iré, nos veremos en dicha gala —acepto finalmente.
—Perfecto. Muchas gracias, señor Wood. Le enviaré la dirección del lugar donde se celebrará y haré una reservación de hotel para usted. Espero verlo allí.
—Nos veremos en dos días —afirmo antes de colgar la llamada.
Dejo el teléfono sobre la mesa y regreso la mirada a la pantalla de mi laptop. La imagen de Angélica White aún sigue allí, en su foto de perfil.
Una gala, empresarios influyentes, un nuevo mercado al que dominar… Y una mujer que empieza a convertirse en una distracción deliciosa.
«Interesante. Muy interesante». Mi vida está yendo por los rumbos que esperaba, aunque con una variable diferente.
No me engaño a mí mismo. Acepté la invitación a esa gala por negocios, pero también porque significa estar cerca de mi familia, porque significa tener la posibilidad de ver a mi sobrina, aunque sea de lejos.
Y, ¿por qué no?, también cruzarme de nuevo con su mejor amiga. No me importaría hacer una parada, antes o después, en New York, para ver si las casualidades existen.
Dos días después, estoy cómodamente instalado en mi avión privado, dejando atrás Italia en plena noche. El ronroneo constante de los motores se mezcla con el silencio a mi alrededor. Frente a mí, una copa de whisky ámbar descansa en la mesa de madera pulida.
Me espera un vuelo largo. Más de dieciséis horas hasta Vail, Colorado. Pero valdrá la pena.
No solo porque es un movimiento necesario para mis negocios, sino porque, aunque no quiera admitirlo del todo, hay otra razón por la que este viaje me resulta interesante.
Angélica. Mi obsesión certificada.
No planeo buscarla, pero si el destino nos pone frente a frente otra vez…
No pienso desaprovechar la oportunidad y si tengo que viajar unos cuantos kilómetros más en mi avión para forzar a que el destino haga su trabajo, pues, no encuentro el problema en ello.
***
El viaje ha sido largo, demasiado largo.
Desde el momento en que dejé Italia hasta ahora, han pasado demasiadas horas entre aeropuertos para recargar combustible y hacer paradas rutinarias, el vuelo interminable y el inevitable traslado hasta el hotel en Vail. No importa cuántas comodidades tenga mi jet privado, cruzar continentes sigue siendo agotador.
El frío de Colorado me recibe con un golpe seco en el rostro cuando salgo del aeropuerto. No es algo que me moleste, pero definitivamente es un cambio brusco del clima templado que hay en Roma. Me acomodo el abrigo mientras camino hacia el auto que me espera.
La gala es esta noche, y lo único que quiero en este momento es una cama decente para descansar un par de horas antes de tener que enfrentarme a un salón lleno de empresarios que quieren impresionarme o analizarme como a un rival.
Cuando llego al hotel me doy cuenta de que es de lujo, pero eso ya lo esperaba. Coleman no iba a reunir a peces gordos en cualquier sitio para que se hospedaran. Camino hasta el lobby con el paso firme y seguro de siempre, a pesar del cansancio acumulado en mis músculos.
—Bienvenido al Grand Alpine Resort, señor ¿Tiene una reservación? —pregunta la recepcionista con una sonrisa pulcra y ensayada.
—Sí, está a nombre de Curtis Wood —respondo sin más, apoyando una mano sobre el mostrador de mármol mientras ella comienza a teclear en la computadora.
Mientras espero, mis ojos recorren el lugar con la atención automática de alguien acostumbrado a evaluar cada entorno en el que entra. El lobby es espacioso, con una decoración minimalista pero elegante.
Un leve sonido mecánico me hace voltear hacia los ascensores justo a tiempo para ver cómo las puertas se cierran.
Mis ojos notan un destello dorado. Una silueta alta y esbelta. Por un instante, mi cuerpo se tensa con un reconocimiento instintivo.
¿Angélica?
Parpadeo, tratando de enfocar mejor, pero ya es tarde. La cabina ha desaparecido tras las puertas metálicas. Niego con la cabeza, exhalando con lentitud.
El cansancio está haciendo de las suyas.
«No es ella. No puede ser. Ya estás pasándote de la raya Curtis». Me digo a mí mismo.
—Aquí tiene, señor Wood —la voz de la recepcionista me devuelve a la realidad—. Su habitación es la 231.
Tomo la llave con un asentimiento, sin inmutarme al escuchar el número.
—La suite presidencial está ocupada, era la que me habían pedido para usted —añade ella con una leve disculpa en la voz.
No me sorprende. Con la cantidad de empresarios importantes alojándose en el hotel para la gala que ocurrirá en la ciudad, era de esperarse.
No importa. Esta noche es sobre negocios. Solo negocios.
O al menos, eso es lo que intento recordarme mientras me dirijo al ascensor, con la vaga sensación de que este viaje ya empieza a desviarse hacia lo inesperado o directo hacia mi locura gracias a mi nueva obsesión.