Capítulo 5. ¿Coincidencia?

1439 Palabras
Curtis Wood La habitación es espaciosa, con ventanales que dan a las montañas cubiertas de nieve. No está mal, aunque no es lo que suelo elegir. Dejo caer mi abrigo sobre una silla y me aflojo los primeros botones de la camisa antes de recostarme en la cama. Mis músculos agradecen el descanso, pero mi mente no se apaga. Cierro los ojos y respiro hondo, intentando dejarme llevar por el agotamiento del viaje, pero el sueño no llega. Porque estoy aquí. En Norteamérica. A unas pocas horas de volver a verla. Angélica White. «¡Maldición! Tengo que controlarme». No debería ser motivo suficiente para mantenerme despierto, pero lo es. Su imagen sigue incrustada en mi cabeza; la forma en que sus ojos color verde me recorrieron de arriba abajo, evaluándome al igual que yo a ella, el rubor que tiñó sus mejillas cuando la llamé hermosa, el modo en que su cuerpo reaccionó cuando le entregué mi tarjeta. Sé que me desea. Y ya, con la firme determinación de que debo viajar a verla, sé que en cuestión de horas, podré comprobarlo una vez más. La alarma de mi teléfono me saca de mis pensamientos, he gastado el poco tiempo que tenía para descansar, pensando en ella y la hora de la gala ha llegado. Aunque he tomado una decisión importante y no me arrepiento de ello. Me pongo en pie con un suspiro resignado y me dirijo al baño para darme una ducha rápida. El agua helada ayuda a despejarme, aunque no hace nada para borrar el ardor persistente en mi interior. Cuando bajo al lobby, un chofer me espera junto a un sedán n***o de lujo. «Coleman quiere impresionarme, los americanos y sus cosas». No puedo evitar una sonrisa ladina mientras me acomodo en el asiento trasero. Me han intentado impresionar muchas veces, con autos costosos, con cenas exclusivas, con atenciones como esta. Pero para captar mi interés, se necesita mucho más que eso. El problema es que muchos me subestiman. Ven mi edad y asumen que aún me falta camino por recorrer. Empresarios mayores, con décadas en la industria, creen que la experiencia lo es todo. Pero yo no llegué aquí por casualidad. Para alcanzar el nivel de poder que tengo, se necesitan años, sí… pero también las habilidades correctas. Y yo he sabido utilizarlas. Es por eso que, a pesar de mi edad, he triplicado mi patrimonio, es por eso que no me preocupa ser el más joven en una sala llena de magnates y es por eso que disfruto tanto callar bocas como lo hago la mayoría de las veces. El auto avanza por las calles iluminadas de Vail y una sensación de anticipación se instala en mi pecho. La noche apenas comienza y sé que estará cargada de muestras de poder, para impresionar al nuevo en el mercado, pero creo que, los sorprendidos serán ellos cuando se den cuenta de que me necesitan más a mí, de lo que yo, los necesito a ellos. El salón es amplio, con techos altos y lámparas de cristal que reflejan la luz de manera impecable sobre las copas de champán y los trajes hechos a la medida de los asistentes. La música es elegante, de cuerdas suaves y discretas, lo suficientemente sutil como para no interrumpir las conversaciones estratégicas que se llevan a cabo en cada rincón. Aquí nadie ha venido solo a socializar. Todos quieren algo. Un acuerdo, una inversión, una oportunidad de expansión. Y yo, como siempre, me aseguro de identificar quién vale la pena y quién es solo ruido de fondo. Coleman se acerca con su copa en mano y una sonrisa de satisfacción. —Me alegra que haya venido, señor Wood —dice con tono afable—. Venga, quiero presentarle a algunas personas. Le sigo con calma, con una copa de whisky en la mano que apenas he tocado. No me interesa el licor tanto como me interesa la gente que voy a conocer esta noche. En cuestión de minutos, Coleman me introduce a un grupo de empresarios de diferentes sectores. Banqueros, inversionistas, magnates de bienes raíces, directores de compañías tecnológicas. Escucho, asiento con cortesía y analizo. Frank Delaney, CEO de una de las firmas de inversión más importantes del país, tiene una presencia dominante y un aire de superioridad que delata su necesidad de tener siempre el control. Es un hombre ambicioso, pero su mirada calculadora me dice que haría cualquier cosa por una ventaja. No confío en tipos así. Luego está Marcus Henshaw, propietario de una red hotelera de lujo que busca expandirse a Europa. Su tono es más relajado, con una sonrisa fácil y una seguridad natural. Es alguien que sabe cómo jugar en la mesa del poder sin pisar demasiados callos. Puede ser útil. Samantha Briggs, una mujer con una mente afilada y un instinto para los negocios que pocos aquí pueden igualar, me observa con un interés evidente. Su compañía de logística podría ser un buen contacto para futuras operaciones. Su mirada directa me indica que ella también está evaluándome, tratando de medir si valgo la pena. Converso, pero también escucho. En el mundo de los negocios, la información es más valiosa que cualquier cheque y yo, ya he investigado a cada uno de los que está aquí presente. Algunos intentan impresionarme con cifras, otros con promesas de asociaciones lucrativas. Pero lo que realmente me interesa es quién tiene visión, quién entiende el juego más allá del dinero rápido. Al cabo de una hora, ya tengo una lista mental de quién me interesa y quién no. Algunos de estos hombres creen que porque son mayores que yo, tienen la ventaja. Me divierte verlos subestimarme, pero me divierte aún más pensar en cómo, en cuestión de meses, algunos de ellos estarán intentando desesperadamente cerrar acuerdos conmigo en términos que yo dicte. Coleman me observa con satisfacción mientras estrecho otra mano y comparto una breve conversación con el presidente de una firma de energía renovable. —¿Qué le parece el panorama? —pregunta en un tono ligero, pero con un trasfondo de interés genuino. Bebo un sorbo de mi whisky antes de responder. —Interesante —digo simplemente. Coleman ríe. —Eso en su idioma significa que ya tiene planeado a quién va a devorar primero. Le dedico una sonrisa ligera. —Digamos que ya tengo una idea clara de quién vale la pena. Porque al final, esto no es solo una gala. Es una cacería. Y yo siempre me aseguro de estar en la cima de la cadena alimenticia. Regreso al hotel con la satisfacción de haber aprovechado bien la noche. Conocer a las personas correctas es lo único que importa en este juego. Y esta gala ha sido productiva. Algunos nombres estarán en mi lista de contactos útiles, otros en la de obstáculos que eventualmente tendré que apartar del camino. Lo importante es que ya tengo claro quién es quién. Cruzo el lobby con pasos firmes, sin detenerme a prestar atención al resto de los huéspedes. Solo quiero subir a mi habitación, relajarme con un whisky y dormir unas pocas horas antes de seguir con mi agenda y viajar para ver a mi objetivo. Presiono el botón del ascensor y espero. Las puertas se abren y entro, apoyándome contra la pared mientras observo la pantalla digital que marca los pisos. Las puertas comienzan a cerrarse, pero justo antes de que lo hagan, una mano las detiene. Un sonido suave, una risa ligera y femenina llena el espacio. Una voz que hace que mi cuerpo se tense de inmediato al reconocerla, porque no creo que me confunda por segunda vez. Alzo la vista y la veo, mi corazón se salta un latido gracias a la impresión. Angelica White. Por un instante, el tiempo parece desacelerarse. Está de pie ante mí, con el brillo de la noche aún reflejado en sus ojos, su cabello rubio cayendo en ondas suaves sobre sus hombros y un vestido que abraza sus curvas de una manera que hace que mi mandíbula se tense, viene con un tipo que la hace sonreír demasiado y verla tan relajada con él, me hace apretar los puños. No me ha notado porque su atención está en él y en las personas que vienen detrás y reconozco bien… sus padres. No sé quién demonios es el tipo y porque la lleva de su brazo, ese gesto, simple, hace que me descoloque. Sé que la vida tiene una forma curiosa de jugar sus cartas. Y esta vez, parece que ha decidido ponérmela justo enfrente, a pesar de que viene más acompañada de lo que me gustaría.
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