Angélica White El restaurante está justo en la esquina de la plaza, a unos pasos de donde dejamos la tienda y tuvimos nuestro pequeño momento de incomodidad. Es el tipo de lugar que no grita su encanto, pero lo respira. Toldos blancos como nubes amables se extienden sobre una terraza vestida de farolillos colgantes que se mecen apenas con la brisa. Una pequeña tarima improvisada aloja a un dúo de músicos, guitarra y saxo, jazz instrumental. Melodías que flotan como humo entre las mesas, entre las copas, entre las miradas. Todo emite un aire acogedor, casi de película indie, como todo lo que hay aquí en este pueblo y como me he sentido desde que lo pisé. Curtis me sostiene la puerta como siempre lo hace, con esa caballerosidad que lo caracteriza. Con esa elegancia suya que es casi más