Angelica White
El auto avanza por la carretera como si nada importara. Como si no estuviera lleno el interior de una tensión que se puede cortar con un cuchillo.
—¿Sabes que podrías haberme dejado manejar un rato? —Rompo el silencio, que no estaba siendo incómodo, pero sí demasiado.
Curtis no me mira, pero deja salir una risa baja y me responde.
—¿Y perderme la vista de tus piernas cada vez que cambias de postura? —Sacude la cabeza, como si fuese impensable—. No, grazie.
Me tengo que reír, aunque intento contener el gesto y mostrarle un ceño fruncido que finja indignación.
—Lo tuyo ya es acoso vehicular —remarco, cruzando los brazos.
La mirada de Curtis se desvía hacia mí, baja a mis pechos, ahora levantados por mi postura y con el escote un tanto... expuesto.
—Lo mío es autocontr
