Angelica White Un rayo de sol me acaricia la mejilla antes de que pueda abrir los ojos del todo. Parpadeo lento, con ese cansancio placentero que no es agotamiento… es satisfacción. La habitación está en penumbra, pero el resplandor dorado que se cuela por la cortina entreabierta me da la bienvenida. «Despierta, pero no corras. Hoy no hace falta». Estoy sola en la cama una vez más. Ya se está haciendo costumbre, por lo que veo. Pero no siento vacío ni nostalgia por el espacio que él ha dejado. Su presencia sigue aquí… en la forma en que las sábanas conservan su olor, en el leve crujido de la madera cuando se mueve en algún otro rincón de la suite, en la taza de café que creo escuchar apoyarse contra la mesa. Mi cuerpo protesta cuando intento incorporarme, pero no puedo quejarme ni un