16

1409 Palabras
Por la mañana cojo el autobús y Vera me está esperando con cara de cachorro en mi taquilla. —¿Estás bien? —me pregunta. —Sí, claro, ¿por qué no lo estaría? —Por que estás súper pillada por Diego y él es un gilipollas contigo. —Vaya, gracias —musito con una risotada—. Pensaba que no serías tan explícita. Cierro mi taquilla y echa a caminar a mi lado. Los pasillos ya están llenos de pancartas para la graduación, y hay un montón de papeles en el tablón de anuncios (y junto al baño) pidiendo que la gente se apunte a ayudar con los preparativos. He dudado en si apuntarme o no, podría ser lo que necesito para entretenerme, pero mis notas no son las mejores, todavía no sé que haré después del verano y se me va a pasar el plazo de solicitud. —¿Os queréis apuntar como voluntarias? ¡La graduación está al caer! ¡Ayuda a la causa y tendrás buen karma! —canturrea la chica que todos los años se autoproclama presidenta del comité estudiantil. —Nos llevamos el folleto, lo miraremos —dice Vera, que lo tira en la primera papelera por la que pasamos—. Hoy tengo una cita con Nate, me recogerá cuando terminemos las clases. A mi madre le hace falta más tela para mi vestido y se ha ofrecido a acompañarme y a invitarme a cenar después. Ojalá Diego fuera como Nate. —¿Váis enserio? —de reojo veo como se encoge de hombros, la sonrisita le delata. —Nos estamos conociendo. --- Por la tarde, cuando llego a casa, estoy completamente sola. Por fin saco mi vestido de la bolsa y lo dejo colgado de una percha en la puerta de mi armario porque tengo que convencerme de que me gusta y de que realmente quiero usarlo. Me paso horas sin hacer nada, hablo un rato con Patty sobre planes para el fin de semana, y cuando escucho ruido en la planta baja me arrastro para ver una cara conocida. Justo cuando veo a mi madre y su rostro de desconcierto, sé que debería haberme quedado mirando el techo de mi cuarto. —¿Pasa algo? ¿Va todo bien? —dudo. Por su gesto que sé que algo no va bien, aunque se encoge de hombros como si no pasara nada. Lo primero que se me cruza por la cabeza es que finalmente mis padres van a divorciarse. —He hablado con Diego —comienza, con una voz que intenta ser tranquila pero que delata su preocupación—. Va a volver a casa de Lotte. No sé si está preparado. La idea de que Diego se marche me parece una irremediable medida a no volver a verlo. Seguro que no vendrá los sábados a comer o a cenar, y no pasará a visitarnos (mucho menos a mí). Quizás hable con mi madre, ella se acercará a su casa y tendrán sus charlas de siempre, y Diego adoptará un perro que a mi me muerda el culo si intento atravesar su porche. —¿Cómo que vuelve a casa de Lotte? —pregunto, tratando de que mi voz no me traicione— ¿No debería quedarse aquí un poco más? —Lo sé, cariño. Pero él siente que no puede seguir aquí. Es complicado, y creo que necesita su espacio para sanar —responde ella sin dejar de hacer la cena. Suspirando, intentando aclararme, me cruzo de brazos. —¿Cuándo se va? Suspira también. —Ha vacíado ya su armario. ¿No te ha dicho nada? ¿A mi? ¡Pero qué me va a decir! Si es incapaz buscarme o de aclarar por qué es tan lioso estar cerca suya. Pudo decírmelo anoche cuando nos encontramos en el pasillo antes de que se fuera y yo le insultara, pero no lo hizo. —No, no me ha dicho nada —murmuro, sintiéndome cada vez más frustrada. Ni me lo ha contado ni me contará nada más, jamás. Tendré que asumir que, para Diego, nuestra amistad o lo que sea que hayamos tenido no importa mucho más que lo que ha sido. Suena un pitido en la cocina, y ella se da la vuelta para retirar la olla del fuego. Me arrastro de vuelta a mi habitación, el vestido colgado de la percha parece observarme y estoy por estrangularme con él. Decido apartar esos pensamientos y mandarle un mensaje a Vera. Maggie: ¿Hay alguna fiesta esta noche? La respuesta de Vera no se hace esperar. Su entusiasmo brilla en la pantalla: Vera: ¡Sí! ¿Quieres ir? Nate dice que podemos pasar a recogerte Maggie: Vale : ) No me esmero mucho en elegir qué ponerme: unos vaqueros y una camiseta de manga larga con brillitos. Apenas me maquillo y llevo el pelo atado en una coleta. Cojo un pequeño bolso cuando el claxon del coche de Nate suena fuera de casa. Verlo de nuevo me alegra un poco porque es un buen tío, y Vera no deja de parlotear de lo que han hecho durante la tarde. Pienso en lo irónico que es el haber estado semanas ignorándonos y que ahora me esté presentando en la fraternidad porque sé que estará aquí. La fraternidad está abarrotada y Nate aparca de mala manera sobre el césped. Nos invita a encontrarnos unas buenas copas de alcohol. Lo voy a necesitar si quiero hablar con Diego. Me veo a mí misma estirando el cuello por si le veo, que es él único motivo por el que en realidad he venido. —Estará fuera fumando —me dice Nate, casi no lo escucho, así que repite—: Diego, que estará fuera fumando. —No me importa —miento. Nate suelta una risotada y con un sutil gesto de cabeza apunta fuera de la cocina. —Y una mierda, anda, ve a hablar con él. Yo me quedo con tu amiga. —Veo como coge a vera por la cintura y a ella le da un ataque de risa con las cosquillas. Empino el codo y el vodka me arrasa la garganta. Me abro paso entre la multitud que abarrota la fraternidad, hacia el patio trasero. Hoy hay mucha más gente aquí fuera que las últimas veces, pero desde el porche es imposible no verlo. Entre cuerpos y espaldas, en una zona de sillas de jardín dónde se acumulan una panda de universitarios fumando y bebiendo, lo veo. Me da la espalda pero lo reconocería en cualquier parte. Me pone enferma ver que una chica está sentada en el regazo de Diego, que tiene la mano en su muslo mientras ella está recostada encima de él, riéndose con sus amigos como si fuera lo más normal del mundo. Ella le pasa una mano por el cuello y él no parece inmutarse. Un líquido me cae sobre las botas, he apretado tanto las manos que me he aplastado el vaso encima. " Genial " Lo dejo en un macetero que veo. Cojo aire y camino hacia el grupo con paso firme. La chica se ríe, y, aunque él no parece ni siquiera mirarla, el hecho de que esté sentada en su regazo es suficiente para que me hierva la sangre. Justo cuando estoy a un paso de ellos y nadie parece haberse percatado de mi presencia, me replanteo lo que estoy haciendo aquí. No se le ve mal. Va a irse de casa, seguirá con su vida y esta rubia tonta que no deja de reírse como una hiena afónica a la que tengo ganas de arrastar por el suelo... Le doy unos toques en el hombro. Diego se vuelve y sus ojos oscuros encuentran los míos. Su expresión no cambia, pero sus ojos se ensombrecen por un instante. —¿Qué haces aquí? —me pregunta con un tono neutro, como si lo último que quisiera fuera hablar conmigo. Paso por alto que todo su grupo de amigos me está mirando. Y que tengo tan cerca a esta chica que sigue sentada en su regazo que de un empujón puedo mandarla a la piscina. —¿Podemos hablar unos minutos? —junto los dedos, especificando que será poco tiempo. La rubia a la que estoy cogiendo una rabia insufrible le pega la boca a la oreja, sin embargo la escucho perfectamente mientras me mira. —¿Conoces a ésta tía?
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR