6

1076 Palabras
—Ya sabes lo que pasó la última vez que te pusiste en este plan —dice—. Luego lloriqueas. Me quedo pasmada, sintiendo el calor subirme por la cara. ¿Cómo puede decir eso? ¿Que yo "me pongo en este plan"? Él tampoco se alejó, es más, si cierro los ojos, recuerdo y siento con claridad sus manos arrimándome a él, y besándome con las mismas —o más— ganas. —¿Perdona? —pregunto, bajándome de la encimera boquiabierta—. Te recuerdo que tú te pusiste en este mismo plan también. Diego me mira con los ojos entornados. Puedo sentir la energía que emana de él, ese magnetismo irresistible. La tormenta ilumina la cocina brevemente, y su silueta enmarcada por un aura depredador. Cada paso que Diego da hacia mí parece sincronizado con los latidos de mi corazón, que se han vuelto fuertes, casi atronadores en mis oídos. —No te hagas el tonto, Diego —insisto, sintiendo cómo mi cuerpo se tensa de pura frustración. Le señalo acusadora—. No fui solo yo. Mi dedo y la intensidad con la que lo señalo no son suficientes para frenar su cacería. —¿Y qué si fui yo también? —responde, su voz ahora más baja, más grave, casi un susurro cargado de provocación—. Tú eres la que se ha quedado colgada. ¿"Colgada"? ¿Pero quién se cree que es? —¿Colgada? —repito, casi en un susurro, soltando rabia por la boca—. ¿En serio, Diego? ¿Que yo estoy colgada de tí? ¡Si me vuelves loca! Pero loca a lo mal. Y lo que pasó fue por tu culpa. —¿Por mi culpa? —¡Sí! Por la tuya, por poner tu estúpida cara a centímetros de la mía. —Yo diría que eres mayorcita de cojones para saber lo que haces. ¿No lo ve? ¿Es esto a lo que me refiero? —¿Ves? Eres un puto bipolar. Me llevas ignorando años, luego dijiste que éramos amigos, luego nos besamos, y cuando quiero hablar contigo las cosas porque no me apetece tener malos rollos contigo, vas y te comportas como un c*****o. Diego suelta una risa seca, entre dientes, que apenas oculta su irritación. Estamos tan cerca ahora que la fugaz idea de darle un guantazo es casi tentadora. —No todo gira en torno a ti —responde, en un susurro mordaz. Esto ya es el colmo. ¿Girar en torno a mi? Las últimas semanas todo ha girado en torno a él, he querido que se sienta bien, animarlo, intentar devolverle parte de la vida que todos teníamos antes del funeral. —Vete a la mierda —siseo. Lo que me falta es despertar a mis padres con esto. Las manos me tiemblan de pura rabia. Estoy tan cerca de perder el control que no sé cómo no he explotado ya. Su forma de desviar todo, de fingir que nada le afecta, me lleva al borde. Le pego un empujón que no le mueve mucho. —No hagas eso —me advierte, pero me paso su advertencia por... —¿O qué? —repito, dándole otro golpecito en el pecho con mi dedo—. No te pongas en este plan conmigo. Antes de que pueda terminar de procesar lo que estoy haciendo, me sujeta por la muñeca con firmeza, y se encorva hacia delante. El aire entre nosotros parece cargarse con una tensión palpable. Diego me mira desde esa proximidad inquietante, sus labios tan cerca que siento su respiración en mi piel, caliente y sofocante. Sus dedos rodean mi muñeca, fuertes pero no lo suficiente como para hacer daño. La combinación de rabia y deseo me confunde. Quiero gritarle, seguir con esta pelea que parece no tener fin, pero su mirada me atrapa. Y así, sin más, en un abrir y cerrar de ojos tengo su boca sobre la mía. O la mía sobre la suya. Percibo el leve toque a tabaco en su lengua cuando abre la boca y me besa. Me besa con ganas. Su lengua cálida lame la mía. Siento que me arde todo el cuerpo; nunca había sentido algo así. Nunca me han besado así. Nuestro beso de la semana pasada no es nada comparado con esto. Me agarra de la parte trasera de los muslos y me levanta. Mis piernas, como por instinto, rodean su cintura, y me quedo fascinada al comprobar que mi cuerpo, de alguna manera, sabe cómo responder a sus movimientos. Es cuando me sienta sobre al encimera y soy incapaz de darme cuenta de que el mármol está congelado, porque sus manos encuentran el camino bajo mi camiseta. Dios. ¿Hasta dónde vamos a llegar? La pregunta me cruza fugaz por la mente antes de que me dé igual. Llevo una semana viendo a Diego diferente, de un modo en el que ni yo misma me aclaro. Lo toqueteo, mucho, encontrando también sus abdominales desnudos. Deslizo mis manos y, cuando rozo el elástico de sus pantalones de tela, se aleja. —Espera —dice, tan bajo que no sé si se lo dice a sí mismo, o a mi—. Joder... ¿j***r? ¿Eso que significa? Primero saca las manos de debajo de mi camiseta, las deja caer en mis muslos, y cuando debe darse cuenta de que me sigue tocando, se aparta de golpe, como si le quemara. ¿Qué hace? El cambio es tan brusco que me deja helada, todavía con las manos suspendidas en el aire, sin saber bien qué hacer o decir. Encuentro su mirada y en seguida sé que ha vuelto a construir un muro —otro más—. —¿Qué pasa? —dudo con la voz más suave de lo que pretendía, casi un susurro. No me responde. En lugar de eso, se pasa una mano por el pelo, despeinándolo aún más, y me mira como si hubiera cometido algún tipo de error. Luego, sin decir nada más, gira sobre sus talones y se aleja de mí. La cocina parece de repente inmensa y fría. ¿Pero qué acaba de pasar? ¿De verdad me ha dejado aquí plantada? ¿Va enserio? ¡j***r! ¡¿Pero cuál es su problema?! Ahora vuelve, me besa, casi nos ¿acostamos? O lo que sea... ¿Y se larga? ¡Dios! No hay quien lo entienda.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR