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1076 Palabras
Hoy por lo menos no llueve a mares, y aún si lo hiciera, no se me ocurriría pedirle a Diego el favor de acercarme al instituto. Después de lo que pasó anoche en la cocina lo último que quiero es cruzarme con él. Cada vez que cierro los ojos, siento sus manos en mi piel, sus labios apretando los míos, y cómo en un abrir y cerrar de ojos, se apartó como si hubiera cometido un error. No tiene sentido, y no sé si quiero intentar entenderlo. Todo lo que sé es que hoy necesito respirar lejos de él, aunque sea por unas horas. —Oye, cariño —me frena mi madre desde el marco de la puerta, justo lo que no quería—. ¿Has conseguido hablar con Diego? Estoy preocupada. No ha dicho mucho desde que llegó. Fantástico. Como si tuviera alguna respuesta lógica que dar. —No —respondo, sacudiendo la cabeza tan rápido que la capucha del abrigo se me resbala—. Igual papá tiene razón y tenemos que dejar que él solo pase el duelo. ¡Me voy! Quizás eso ha sido demasiado frío. Lotte ya no está y Diego no tiene más familia, y todo esto de venirse a casa le tendrá trastocado... Pero he hecho todo lo posible por hablar con él y no ha funcionado, así que, durante un tiempo, me rindo. Cuando llego al instituto, me encuentro a Vera en su taquilla, que casualmente está a unos pasos de la mía porque se la cambió a un chico de tercero. Le da un portazo a su taquilla, tan dramático que unos chicos que pasan en grupo se le quedan mirando. —¿Y bien? —empieza, con suspense—. ¿Se puede saber que es el SOS que enviaste anoche de madrugada? Anoche no pude conciliar bien el sueño y esperaba que ella o Patty estuvieran despiertas para contarles lo que pasó. Al final casi que me alegré de que ninguna contestara porque, de lo contrario, me habría tirado toda la noche despotricando. —Diego y yo tuvimos un momento en la cocina. Pero no momento de "momento" sin más, sino de que casi lo hacemos encima de la encimera. Abre tanto la boca y los ojos, que se camufla la extrepesión en su flequillo. —¡¿QUÉ?! —chilla, y tengo que saltar hacia delante para taparle la boca. —Shhh. Ya me has oído. Pero no pasó nada —le quito la mano de la boca y me seco sus babas en su abrigo—. Se apartó y me dejó sola. ¿Sabes la cara de tonta que se me quedó? Era de cuadro. Su cara es una mezcla perfecta entre incredulidad y emoción contenida, como si acabara de enterarse de la mayor bomba de cotilleos de la historia. —O sea... ¿qué te dejó plantada ahí, justo en el momento? —pregunta, bajando el tono, pero aún con la misma emoción desbordante. Asiento mientras cierro mi taquilla y me coloco bien la mochila al hombro. De camino a clase me echa el brazo por los hombros. —Bueno, para olvidarte de ese caletón reprimido, este fin de semana nos autoinvitamos a otra fiesta. ¡Te vendrá bien salir, despejarte y divertirte un poco! —¿Quieres dejar de...? —De gritar, pero Vera es así y su ánimo se me contagia un poco, además, puede que una fiesta sea justo lo que necesito—. ¿En el campus? ¿Otra fiesta universitaria? La sonrisa se le empieza a extender como la de un payaso. —¡Claro! Tenemos que empezar a coger el ritmo para el año que viene. No quiero ser la pringada novata que se pone a vomitar con dos copas. --- El resto de la semana se me pasa denso, encerrada en mi habitación con la excusa de estudiar y ojeando los programas universitarios que Vera compartió. Tengo casi decidido que iré a la universidad aquí, cerca de casa, así no tendremos que pagar la residencia, ni los viajes de visita. El viernes por la tarde salgo a hurtadillas de mi habitación para bajar a la cocina. Me niego a toparme con Diego por la casa, y parece que él también está haciendo lo mismo. Desde lo que pasó en la cocina a penas lo he visto dos veces más. Dos momentos fugaces en el pasillo por mucho que mi madre me haya insistido en que siga intentando hablar con él. —Antes solías saludar a tu padre cuando le veías. Parpadeo, y me encuentro a mi padre sentado en la mesa de la cocina, con un café humeante y el ordenador. SIgo arrastrando los pies hasta la cafetera. —Hola, papá. ¿Trabajando? —Esa universidad no se pagará sola —bromea. Me obligo a sonreír mientras me sirvo un poco de café. La cocina está extrañamente tranquila. Mi padre me observa por encima de la pantalla del portátil, y sé que está esperando algo más que un saludo casual. —¿Cómo te va con los estudios? —pregunta, como quien no quiere la cosa. —Bien, supongo —respondo—. Estoy viendo el programa de la universidad... —Sabes que no tienes que quedarte aquí, ¿verdad? —dice de repente, interrumpiendo mis pensamientos. Levanto la vista y lo veo más serio de lo que esperaba—. Si quieres irte a estudiar fuera, lo hablaremos. Tu madre y yo llevamos toda la vida ahorrando para tus estudios, no va a ser una gran carga. Me quedo callada, sin saber cómo responder. Había asumido que quedarme aquí era lo más lógico, lo más fácil... —Todavía estoy sopesando opciones —miento un poco por zanjar el tema—. ¿Mamá no ha llegado todavía? De alguna forma creo ver que resopla. Se recoloca las gafas rectangulares sobre la nariz y vuelve a su pantalla. —Está con Diego. Querían pasar por casa de Lotte para ver como están las cosas. —¿Y Diego ha accedido a ir? Me resulta extraño, especialmente porque, incluso durante el velatorio en la casa, Diego se mantuvo apartado, sentado solo en las escaleras del porche, fumando en silencio. Parece que ha pasado tanto tiempo de aquello, cuando en realidad fue hace tan solo unas cuantas semanas. —Es él quien le ha pedido a tu madre que le acompañe. Es un gran paso.
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