Un encuentro inesperado con el CEO

Prólogo Ayliz, observaba el reloj, miró que eran ya las 2:00 de la madrugada, al darse cuenta de la hora que marcaba el reloj de manecillas que estaba en la pared, siente como las entrañas se le contraen. Observa a esa pequeña personita, a esa pequeña lucecita, como la ha denominado, a su pequeña Luciana, a quien sostiene entre sus brazos mientras la amamanta. De nuevo mira el reloj, como si eso le sirviera para atrasarlo, o tal vez acelerar su tiempo y terminar con esa horrible pesadilla. Todas las noches, desde el día que había cometido el grandísimo error de contraer matrimonio con Samuel, y estar bajo su libre dominio, había planeado el día que pudiera escapar de él. Sin embargo, llevaba ya un año completo sin tener el valor de concretarlo, y lo peor, aun sin tener contacto con nadie de su familia y sus antiguos amigos. Sabía que estaba sola, ya que ese bastardo se había encargado de hacerle creer al mundo que era el hombre perfecto, el príncipe azul, que rescataba a la damisela de un horrible monstruo. Ayliz, miró a su pequeña quedarse dormida, y con una gran cautela la recostó en su cuna. La pequeña se sobresaltó, y al mismo tiempo en el piso de abajo se escuchó como la puerta principal se cerró con fuerza y acto seguido, se oyó como algo de cristal se rompió. Ayliz, sintió como un escalofrío le rozaba la espina dorsal, haciéndose que la piel se le erizara, y un mantra interno empezó a repasar. «Por favor, dios, que no esté tomado» —¡Mi amor! —escuchó aquella voz que tanta repulsión le ocasionaba y solo eso, basto para que sus esperanzas se esfumaran. Salió de la habitación de la pequeña Luciana, después de darle un beso, tan rápido como sus nervios se lo permitieron —. ¡¿Qué no escuchas que te estoy hablando?! —gruñó Samuel, como un perro rabioso, tambaleándose sin parar. —Ya estoy aquí, dime —su voz sonaba temerosa. —Cuando yo te hable, tienes que estar aquí de inmediato. —Estaba durmiendo a la bebé —dijo con la voz apenas audible. —¡No me importa! Ayliz se sobresaltó y sin poder escapar, Samuel se lanzó a ella y la tomó de los cabellos. —Por favor Samuel, la niña está sola. —suplicó ella, al borde del colapso, tratando aún de estar serena. Porque sabía que si lloraba, todo se tornaba peor. Como si esa bestia necesitara del temor y del llanto de ella, para alimentarse. Samuel solo la ignoró, estaba decidido a tomarla, aun en contra de su voluntad, como lo había hecho en algunas otras ocasiones, cuando Ayliz, quería enfrentarlo y hacerle ver que no era de su propiedad. La mano de Samuel se adentró más a su entre pierna y de un solo tirón, él la despojó de su ropa interior, al mismo tiempo la pequeña Luciana empezó a llorar, con un llanto descontrolado, como si de alguna forma supiera por lo que su madre estaba pasando en ese mismo instante. —¡Maldita escuincla! Es un maldito estorbo maldito el día que la tuviste —gruñó enfurecido. Se levantó y caminó deprisa a la habitación de la pequeña. Al llegar la miraba con odio y dijo. —Maldita mocosa, te aborrezco, dejarás de ser un estorbo en nuestras vidas, nunca debiste llegar a este mundo, pero yo me encargaré de mandarte al otro mundo para siempre… Cuando estaba a punto de hacerle daño a la pequeña Lucianita, Ayliz tomó la herramienta para la chimenea y le doy en la nuca con todas sus fuerzas, éste cae desmayado. —¡Lo mate, lo mate! —exclamó temblorosa. Agarró la maleta que tenía preparada por cualquier cosa, tomó a su bebé en sus brazos y salió rápidamente de esa casa, gracias a Dios vio un taxi afuera y se subió de prisa, después de pedirle que la llevará a la estación de camiones, se puso en marcha. *** —Estamos a salvo mi pequeña —le susurraba una vez que estaban arriba del camión. Acarició las mejillas de su bebé con sus nudillos y besó su frente, dormía tranquilamente, como si supiera que el peligro acabó.