Estaba decidida a hacer una escena si era preciso, pero no la quería en el mismo espacio en el que estaríamos Jagger y yo. Empezábamos a vivir juntos y lo sentía como lo más parecido a una luna de miel, no podíamos tener a una intrusa en ella. No sabía si Jagger podía leerme bien, pero mi mirada le gritaba “no” “olvídalo” y mi rígida postura, la que me provocaba aferrarme con fuerza a la correa de uno de los bolsos, advertía una muerte dolorosa si se atrevía a invitarla a quedarse unos días. No compraba la actitud inocente de Ivana, su mirada aguada, la cual no terminaba de soltar una maldita lágrima y ese mohín lastimero que se le vería mejor en otra ocasión. Por ejemplo cuando no estuviera tratando de robarme a mi chico, inventando estúpidas excusas para instalarse en su casa. No p