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El llamado de la bestia: ¿Mi luna es una humana?

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reincarnation/transmigration
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Descripción

El alfa Kael Shadowfang ha pasado años sin encontrar a su compañera, resignado a la idea de que nunca tendrá una luna a su lado. Incluso su padre, el antiguo alfa, encontró una segunda oportunidad después de perder a su pareja, pero él sigue solo. Cuando el destino lo arrastra a la ciudad para una misión importante, su lobo reacciona de una manera inesperada: su compañera está cerca.

Pero hay un problema. Es humana. Y es una monja.

Dominado por la incredulidad y la frustración, Kael se niega a aceptar el vínculo. Una mujer frágil, ajena a su mundo, no puede ser la luna de su manada. No puede ser su compañera. Pero mientras más intenta alejarse, más fuerte es el llamado de su instinto. Y cuando fuerzas oscuras comienzan a acechar a la mujer que el destino le ha entregado, Kael deberá decidir: ¿seguirá negando su destino o romperá todas las reglas por ella?

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Capítulo 1. Una humana
Hay un silencio especialmente lúgubre esta noche. La luna llena se levanta majestuosa y lenta en lo alto, derramando su luz sobre las calles adoquinadas de Tierra de Pinares. Aria camina a pasos presurosos hacia la capilla, el sonido de sus tacones chatos resuena en la calle. La misa debe iniciar dentro de media hora, y el padre Ezequiel no es conocido por su paciencia. Esta noche le corresponde la lectura del evangelio y no puede permitirse llegar tarde, o sus tareas comunitarias de la semana serán duplicadas de nuevo. Los sonidos de la segunda campanada llegan a sus oídos, recordándole que apenas le quedan minutos. Levanta la vista y divisa el gran crucifijo que adorna la entrada de la capilla. Sonríe. Ya está cerca. De repente, una ventisca fuerte irrumpe en la calle y la obliga a detenerse de forma brusca. Un escalofrío recorre su espalda y una sensación extraña le indica que algo no está bien. Un leve murmullo parece surgir a su alrededor, difuso y errante, pero cuando mira a sus costados, no divisa nada ni a nadie, excepto su propia sombra en la acera. Sacude la cabeza y revisa su reloj de muñeca. Apenas quedan algunos minutos para la última campanada y aún tiene cuatro calles por recorrer. Ajusta su pequeña cartera que cuelga de su cuello y se echa a correr. Cuando va a cruzar la calle, el chirrido agudo de un automóvil la obliga a detenerse en seco. El susto hace que su corazón empiece a latir desesperadamente; su respiración se vuelve agitada. Lentamente, levanta la vista hacia el coche que se ha detenido a solo unos escasos centímetros de ella. Todo en su interior está oscuro, excepto por un par de ojos naranjas brillantes en el fondo que la hacen estremecer. ¿Qué es eso? El aire le falta. Su instinto le grita que corra, y así lo hace. No mira atrás hasta llegar a la seguridad de la capilla. Desde el auto, Kael la observa hasta que desaparece tras las rejas de la vieja capilla. —Vamos, ellos ya están esperando —ordena a su chofer con la voz tensa. Su vista vuelve hacia ese sendero, hacia la capilla. Su pecho está intranquilo. Algo dentro de él se remueve con fuerza, como una tormenta a punto de desatarse. Esto no puede estar pasando. No aquí. No con ella. El auto del alfa Kael retoma el camino hasta detenerse a pocos metros de la capilla. Cuatro hombres lo esperan frente al portón principal. La reunión debe llevarse a cabo esta misma noche. El destino de su manada depende del acuerdo al que lleguen. Su padre, el viejo alfa Magnus Shadowfang de la manada Claro de Luna, ha depositado toda su confianza en su hijo. Él no puede fallarle. Debe llegar a un acuerdo con el alfa de la manada Luna Plateada, o la guerra entre ellos será inevitable. Muchas vidas se perderán. Al llegar al sitio, sale del coche con la mente puesta en su misión principal, pero sus instintos lo traicionan. Antes de entrar al edificio, vuelve la mirada hacia la capilla, donde algunos feligreses cruzan el umbral para entrar. Por inercia, inhala el aire nocturno de forma suave, buscando ese aroma que sintió hace un momento. Ahí está. La esencia de su compañera. —No… —susurra para sí mismo y siente su pulso retumbar en las sienes. Ha esperado este momento toda su vida. Soñó con encontrar a su compañera, con sentir ese fuego en su sangre del que todos hablan, con la certeza instintiva de que ella es suya. Pero no así. No aquí. Y entonces la ve de nuevo y su lobo salta en su mente. De pie frente a la capilla, con la brisa jugando con el velo blanco y n***o que cubre su cabello, está la mujer que el destino marcó para él. Una humana. Una maldita monja. El lobo dentro de él aúlla con furia, exigiendo que se acerque en ese mismo instante, que la reclame. Pero Kael no se mueve. No puede. Un alfa como él no puede tener una compañera humana. Su manada estaría caminando hacia el fracaso si algo así sucede. La diosa lunar se está riendo en su cara. Un gruñido bajo vibra en su pecho mientras su lobo se retuerce dentro de él, ansioso, hambriento. Sus garras amenazan con emerger, pero él lo reprime. Aria, todavía de pie frente a la capilla con su largo vestido n***o, su rostro sereno, su postura recta, recibe a cada m*****o con una delicadeza única. Permanece ajena al hombre que la observa desde no muy lejos y a la bestia que acaba de despertar. Pero no por mucho tiempo. De pronto, siente el peso de su mirada. Voltea y sus ojos se encuentran a lo lejos. Se estremece. El tiempo se congela en ese instante. Kael siente cómo el vínculo tira de él con una fuerza desmesurada. Aria no parpadea, algo dentro de ella la insta a ir hasta él, aunque no sabe por qué. Es un desconocido. Pero entonces, la burbuja entre ellos estalla. —Hermana Aria. —Una voz masculina rompe la tensión—. Entremos, la misa está por comenzar. Ella aparta la mirada con suavidad, girándose hacia el padre Ezequiel, que acaba de acercarse. Asiente y lo sigue en silencio. El lobo de Kael gruñe, furioso, mientras él permanece aún atónito. No puede moverse. Tampoco huir. No puede creer que el destino lo esté atando a una humana. A una monja.

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