El aire huele a incienso y humedad. La habitación es oscura, apenas iluminada por una vela roja que parpadea como si respirara. Erika está sentada frente a una mujer de cabello n***o, tan lacio como una cortina de seda oscura, que cae hasta la mitad de su espalda. Es alta, lleva un vestido rojo intenso que resalta aún más su presencia, y la observa detenidamente, como si pudiera leerle hasta el alma. Ella siente cómo se le eriza la piel. Erika se estremece. Esa mujer le provoca miedo y escalofríos, pero está decidida a obtener la solución que necesita. Aun así, no se mueve. Ya está aquí y la cobardía no es una opción. Kael será suyo. La bruja sonríe, y aunque la mueca tiene forma de cortesía, hay algo perturbador en ella. Es como si disfrutara saborear el miedo ajeno. —Tu madre

