Andrés —Vas a tener que comprarme una bolsa de hielo para que pueda ponerme en las bolas —me quejo con mi hermano en cuanto la morocha se va. Él hace una mueca de asco. —No seas tan vulgar, Andrés. Además, ¿qué sabía yo que estaban en el baño? Si estabas volando de fiebre... ¡solo me fui dos horas! —replica rodando los ojos. —¿Por qué yo tengo que aguantar los gritos de tu novia todos los días pero yo no puedo sacarme la calentura? —interrogo. Abre la heladera para sacar un poco de jugo y se ríe con tono sarcástico. —Porque es mi casa. Si querés hacer tus cosas libremente, ya va siendo hora de que te mudes —contesta con tono cortante. Aprieto la mandíbula y asiento con la cabeza. —Está bien —digo con un nudo en la garganta y suelto una tos—. Así como llegué, me voy. Me dirijo a la