—Bueno, si se trata de una mera ilusión, dígame por qué la naturaleza tenía que proporcionarme este talento superfluo. No es que me preocupe demasiado, no me importa decírselo; pero debo confesar que me gustaría saber en qué se transformará esa parte de mi personalidad si me retiro a la vida privada y vivo, como dice usted, sencillamente para resultarle encantadora. Seré como una cantante con una voz bellísima (usted mismo ha reconocido la belleza de mi voz) que acepta la orden de no volver a emitir una sola nota más. ¿No es eso un gran desperdicio, una gran violación de la naturaleza? ¿No es cierto que el talento se nos ha concedido para hacer buen uso de él?, ¿tendremos el derecho de privar a nuestros semejantes del placer que podríamos proporcionarles? En las condiciones que usted me pr