Tengo un suéter favorito. Es de color verde brillante, muy suave, delgado y con cuello de tortuga, puedo usarlo para diferentes climas, esconder mi cabeza o meter las manos dentro y convertirlo en una manta. Me lo pongo cuando estoy triste y siento que estoy siendo abrazada.
Esa noche en Nocturne no llevaba mi suéter, pero fue así como me sentí.
Sé que la mayoría de las personas creen que me casé por capricho, Víctor me lo dijo, papá piensa que Leo me manipuló, mamá odió la idea, dijo algo como, “si tanto te gusta, cógetelo y déjalo, no tienes que casarte con él”, eso fue lo peor, Sarah, ella me ignoró magistralmente, Jorge envió una tarjeta con las condolencias hacia mi “víctima”, mi tío dejó en claro que todo era un show y que yo me estaba casando con un gigoló, lo cual fue bastante halagador, significa que escogí un esposo apuesto.
Lo que intento decir, es que nadie, ni siquiera la coordinadora de la boda imaginó que me estaba casando por amor.
Y lo entiendo, no me veo como el tipo de mujer que sería romántica, ni el prototipo de la chica dulce e inocente, soy todo menos eso, y sí, un par de veces me hicieron dudar y pensar que esto que siento no es amor, es una obsesión.
Y ahora tendré esa canción en mi cabeza todo el día.
Pero yo sé cómo me siento, yo conozco mi corazón, no ellos, y sé que lo amo, no necesito que alguien lo comprenda o crea en mis palabras, yo sé que ese sentimiento es amor.
Si Leo me dejara, yo pasaría toda la vida deteniéndome al ver coches que se parecieran al suyo para averiguar si es él quien está detrás del volante o alguien más, y recorrería todos los sitios en los que estuvimos juntos esperando verlo.
Esa noche en Obsidiana fue nuestra cuarta cita.
Elegí un largo vestido azul marino con detalles blancos, le dije a la estilista que peinara todo mi cabello hacia un costado, usé una peineta de diamantes, un bolso pequeño y esperé en casa a que él fuera por mí.
Leo llevaba el traje que le compré, llegó diez minutos tarde y acababa de cortarse el cabello.
Yo sonreí – te ves muy bien – estiré mi mano para que él la tomará.
– Es la ropa, para equilibrarlo me puse calcetines de diferente color – bromeó conmigo. Lo sé porque tenía esa expresión divertida que solía tener a los once años, cuando todo eran juegos y pasatiempos.
Subí a su coche y revisé mi labial – repasemos, primero te presentaré con mi papá, él estará ocupado, así que no te preocupes, después iremos con mi mamá, ¿qué es lo que tienes que hacer?
Leo respiró profundamente antes de decir – actuar como si quisiera…
– Dilo.
– Mantendré mi mano en tu cadera y dejaré que tu madre imagine el resto, y eso sonó muy extraño.
– Mi madre piensa que las relaciones tienen que ser pasionales, si no hay llamas, no hay interés, deseo ni amor, es un dato sumamente importante.
Leo volteó a verme – eso explica mucho.
– ¡Qué puedo decir!, mi madre es así.
Para que conste, la amo.
Llegamos al restaurante, guardé mi celular dentro de mi pequeño bolso y sujeté el cuello de Leo para plantarle un beso, por la posición de las luces, sabía que las personas en la entrada nos verían.
Él bajó por su lado, a mí me abrieron la puerta, esperé a que llegara, tomé su brazo y pisamos la larga alfombra azul.
Leo miró alrededor – no conocía esta entrada.
– Esta reservada para el salón principal, el restaurante está en esa dirección y por allá están los jardines – le expliqué.
Había grandes mesas acomodadas en la estancia, una tarima, flores y varios arreglos celebrando los veinticinco años.
– Su invitación, por favor.
Abrí mi bolso y entregué el papel dorado, la empleada sonrió y nos entregó una pequeña bolsa, yo la cargué y entramos. Había muchos invitados, reconocí a algunos de ellos, la gran mayoría eran extraños. La decoración consistía en luces cálidas y destellos dorados, con candelabros imponentes y una orquesta de cuerdas tocando piezas clásicas para enaltecer la celebración del vigésimo quinto aniversario.
Una de las cosas que más odio de Obsidiana, es la música.
No tardé en ubicar a mi padre, estaba sentado del otro lado en una mesa redonda con otros hombres, pellizqué un poco el brazo de Leo para indicarle que debíamos girar y él me escoltó.
Uno de los hombres que estaba con mi padre le indicó mirar hacia atrás, el giró y me vio.
– Regina.
– Hola papá, quiero presentarte a mi cita, Leo.
Mi padre se levantó y Leo me soltó para extender su mano.
– Mucho gusto, señor Duarte.
Mi padre lo analizó de arriba abajo, luego me miró – me alegro que aceptarás venir, el señor Olaya está arriba, tercera columna, no te vayas sin saludarlo – miró a Leo de reojo y finalizó con un – hablaremos luego.
Nos despedimos.
Leo se inclinó para decirme – no salió tan mal.
– Estamos en público, mi padre odia el dramatismo – miré hacia atrás y vi a una mujer con un gran sombrero y un vestido de tela de maya que cubría solo lo necesario – esa es mi mamá – tragué saliva y respiré profundamente – ¿listo?
Leo sujetó mis manos y me dio un beso, sabía que era para impresionar a mi madre, pero me entusiasmé, porque fue él quien lo inició, no yo.
Mi madre sonreía, sostenía una copa y hablaba con sus amigas, yo me paré a su lado y me disculpé antes de interrumpir.
Mi madre me miró – Regina, llegas justo a tiempo, lo siento chicas, nos veremos después – tomó mi mano – me preocupaba que no llegarás para la presentación, el chico de los Evans llegó hace un momento, debería estar por aquí – miró alrededor.
– Mamá, quiero presentarte a mi novio – estiré el brazo y Leo se adelantó para estar a mi lado – su nombre es Leonardo Rivas, es abogado y acordamos comenzar a salir, así que, por favor, no más citas a ciegas.
Leo saludó a mi madre – es un placer conocerla, Regina me habló mucho de usted.
Mi madre pasó la mirada entre ambos – claro, no recuerdo que te haya nombrado, pero hemos tenido días difíciles desde que decidió dejar la casa y vivir por su cuenta, ¿no es así? – me miró fijamente.
Las luces se apagaron y los reflectores apuntaron a la tarima. Leo se colocó detrás de mí, me abrazó para que mi madre lo viera y me dio un beso en la mejilla.
Yo miré hacia el frente y sin querer, señalé la tarima, ahí estaba Diego Olaya, dueño del hotel Obsidiana, su hijo, el dueño del bar y en la misma línea, Antonio Evans.
Leo me abrazó con más fuerza.
– A nombre de nuestra familia queremos darles las gracias por compartir este momento con todos nosotros – saludó el señor Olaya – veinticinco años, ¡vaya! – sonrió – no creí que viviría tanto – hubo algunas risas, poco después llegó el pastel.
Después de conocer la historia que Leo me contó, me sentí nerviosa, pensar que estuve en la misma mesa de un hombre que no dudó en atropellar al único testigo de un crimen para salirse con la suya. Mi familia no es perfecta, soy la primera en criticarla, pero ninguno cometería un delito.
Bueno, excepto por el tío Iván.
El pastel tenía varias estrellas doradas, hubo una ronda de aplausos y la música siguió, yo tomé la mano de Leo y esperé.
Alguien se acercó desde el otro lado – señorita Duarte, el señor Olaya desea verla.
Me aferré a la mano de Leo y caminé a su lado, el dueño del hotel, un hombre de cincuenta y cuatro años, estaba sentado en una mesa especial, me vio y sonrió.
– Ahí está, Regina – me saludó y me dio un beso en la mejilla que no esperaba – siéntese, por favor.
Leo se sentó a mi lado, en la misma mesa estaba Antonio, él nos miró a ambos.
– Nuestra socia más joven – señaló el señor Olaya como forma de presentación – quise esperar a este día para hacerle entrega de la llave de su habitación, es una llave simbólica – agregó – la habitación número veinticuatro le pertenecía a su abuelo y ahora es toda suya, puede usarla en sus visitas, no necesita llamar o hacer una reservación, la habitación estará siempre disponible – me sonrió.
Miré la llave decorativa y la encontré ridícula, después miré al señor Olaya y me pregunté, ¡cómo habría reaccionado si en lugar de mí, estuviera mi hermano Jorge!, se suponía que él iba a heredar las acciones, el genio de las finanzas, conociendo a mi abuelo, apuesto a que compró más acciones solo para que Jorge tuviera una participación importante.
– ¿Esto es todo? – pregunté.
El señor Olaya juntó las manos – ¿deseaba algo más?
Víctor una vez dijo “volverte parte de la junta directiva va a ser como pisar tu propio pie si no estás al tanto de cómo funciona la empresa”, es lo mismo para las acciones – la última vez que revisé, noté que poseo el 15% y eso significa que mis beneficios son – miré a Leo.
Él se aclaró la garganta – recibes un dividendo de las ganancias proporcional a tu inversión, tienes acceso a la información financiera, y puedes votar en la asamblea general o impugnar decisiones que hayan sido tomadas.
– Gracias por la llave – sonreí – mi asesor financiero se comunicará con usted, estaré esperando la información financiera y la fecha de la siguiente asamblea, eso, lo apreciaré aún más, nos vamos amor – miré a Leo y él se levantó para acompañarme.
– La próxima vez avísame – pidió Leo.
Yo lo abracé – lo siento, los vi y me imaginé a mi hermano, apuesto que estarían besando su trasero sí fuera él quien tuviera las acciones.
No estoy siendo dramática, vi como lo trataban los hombres que trabajaban con mi padre, con esa mirada, ¡respeto!, era lo que había en sus ojos cuando miraban a Jorge y a Sarah, e ¡indiferencia!, era lo que sentían cuando llegaban conmigo.
– Lo hiciste bien – dijo Leo.
Sujeté su mano, él pasó la mirada hacia un costado y fingió no mirar, después me sujetó por la cintura, adiviné, mi madre se dirigía hacia nosotros. Y se veía muy enojada.
– Hija, ¿tienes un minuto?, quisiera hablar contigo sobre algo importante.
– Claro – respondí y la seguí.
Las dos tomamos el elevador y nos bajamos en el piso superior, había un pasillo amplio con un barandal de cristal y desde ahí los jardines se abrían como una pintura iluminada por las luces nocturnas.
– Hace un par de semanas acudiste a una cita a ciegas y ahora tienes novio, ¡explícate!
Sabía que no iba a ser fácil, pero su rechazo me dolió.