Un mal momento

1901 Palabras
Leo llegó un poco tarde, yo estaba sentada a un lado de la recepción, con un bolso en mis piernas y mirando las luces que venían del salón, giré la vista y al levantarme, mi bolso cayó al suelo. Leo lo recogió. – Siento el retraso. – Estoy bien, gracias – tomé mi bolso y fui a la recepción para pedir una habitación. – ¿No prefieres comer abajo? – preguntó Leo – tu padre querrá testigos de tu primera cita. – Buena idea – acepté, no me importaba el lugar, mientras él estuviera a mi lado. Nos llevaron a una mesa y Leo acomodó la silla para mí. – Tu primo me llamó. – ¡Jonathan! – Me juró que no había contactado al periódico ni hablado con los reporteros. – ¿Y tú le creíste? Leo se encogió de hombros – pienso que no lo hizo directamente, o con la intención de molestarte. Fui su vecino por años y sé que es igual a un perro que ladra, pero no muerde. – Pues lo que hizo fue ladrar. – Entiendo, no diré más. La mesera nos entregó los menús, yo no quería mencionar a mi primo, prefería hablar sobre Leo, lo que había hecho, ¿cuáles eran sus planes?, las cosas que no podía averiguar por sus compañeras a cambio de una ronda de cafés – ¿por qué divorcios?, tengo curiosidad. Él respiró profundamente – soy hijo de padres divorciados. El padre de Leo falleció cuando él tenía ocho años, yo lo conocí por fotografías y por las historias que su madre nos contaba – en serio usarás esa explicación conmigo. – Porque era un puesto en demanda, las personas se casan pensando que será para siempre y cuando lo impensable sucede, no saben qué hacer, si hay bienes e hijos, tienen que recurrir a un abogado, y si no los hay, gastan en asesorías, que es parte de mi trabajo. – Muchas personas hoy en día no se casan, se saltan la ceremonia y ahorran para rentar una casa, apuesto a que pronto habrá menos demanda. – Es probable. – Y trabajar en esa área tiene una gran desventaja, podrías desilusionarte del matrimonio, con tantas parejas que terminan mal, eso es muy preocupante. – Vas a ofrecerme el puesto de asesor legal, pensé que esto era una cita. – Sigue siéndolo, espera – saqué de prisa mi celular – tengo que tomar evidencias – acomodé mi silla para sentarme a su lado, él se recargó y sujetó mi cintura levemente. Ese lugar, el punto en que sus dedos presionaban mi piel y la palma de su mano me cubría, se sintió caliente, me recargué un poco, quería que fuera algo natural, solo él y yo en una cita. Mis dedos resbalaron por la pantalla y no logré tomar la fotografía hasta el cuarto intento. – Listo. Él me soltó y yo dejé mi silla en ese lugar, más cerca de su asiento, recordé las muchas veces que fuimos al cine y me emocionó saber que no había más personas, él me estaba mirando a mí. – ¿Cómo salió? Me distraje un poco, busqué la fotografía y se la mostré. – Bastante bien. Ordenamos, escuchamos la música, criticamos la decoración y recuerdo que me incliné hacia el frente para hablar despacio, sin que las otras personas de las mesas escucharan. – Ahora sé por qué mi padre siempre pide una habitación privada. Leo sonrió – vamos, no es tan malo. – Claro, finjamos que no me estás usando para estudiar la estructura del salón. Él cerró los ojos – lo siento. – Estoy bien, también te estoy usando – le mostré la fotografía. – ¿Qué harás después de esto?, si tus padres insisten en que tengas más citas. En realidad, no me presionaban, pero lo exageré un poco, ¿de qué otra forma conseguiría comer con él? – diré que tu desprecio me rompió el corazón y que necesito tiempo para sanar. – Ahora me preocupa que tus padres vayan a mi trabajo para amenazarme. – Pórtate bien y cambiaré la historia – suspiré – quizá, busque a otro abogado y le ofrezca el puesto de asesor legal, junto con una cita falsa, ya que el abogado al que elegí, odia la idea de trabajar conmigo. – No dije que lo odiará. – Genial, ¿aceptarás? – No. – ¿Por qué?, vamos, sé parte de mi equipo, ¡por favor!, no me veo linda rogando, ¿escuchas ese sonido agudo e irritante?, es mi voz, y es horrible – sostuve mis mejillas. La cena continuó, al final nos trajeron el postre y de pronto, Leo subió la mirada y su expresión cambió. No sabía lo que estaba pasando y, de hecho, me puse un poco celosa, Leo dijo que fue al restaurante porque estaba buscando a una persona, fue por eso que nos encontramos y él me invitó a comer en primer lugar, lo que jamás dijo, fue si esa persona era hombre o mujer. Se hizo un nudo en mi estómago. La telenovela que se reprodujo en mi mente, lo hizo muy de prisa, imaginé a una mujer joven, elegante, con un largo vestido rojo que armonizaba con la iluminación y cubierta de maquillaje, la vi bajar los escalones muy lentamente, Leo la miraba y en ese escenario que fue real, solo en mi mente, yo me convertí en una broma, una membresía, un trozo de papel que Leo usó para estar en ese restaurante y verla a ella. Mis inseguridades siempre fueron malas consejeras. Giré la cabeza muy bruscamente, quería conocer a esa mujer y entender de una maldita vez, porque jamás fui suficiente, qué era lo que tenía Sabrina, o esa chica de la carrera de fotografía con perforaciones, ¿qué me hacía falta? Leo sujetó mi mejilla y cubrió mis ojos – pidamos el postre. Si no hubiera cambiado mi silla, estaría sentada delante de él y habría sido libre de levantarme e irme, pero estábamos muy cerca, él tenía la mano sobre mi hombro y desviaba la mirada hacia el piano. Recordé, que además de amarlo, también lo odié. – Ya lo hicimos, está sobre la mesa. Él se aclaró la garganta – tienes razón – de forma consciente, evitaba mirar hacia la recepción. – ¿Pasó algo? – quité su mano de mi hombro – o tienes prisa por irte. – No… – Porque tú elegiste el día y la hora; yo sugerí el fin de semana, tú fuiste el que dijo que estaría ocupado el sábado y que verías a tu familia el domingo, por eso estamos aquí hoy – volví a ese día, cuando Sabrina llegó a nuestro salón y yo dejé de existir – si tenías otra cosa que hacer pudiste decirlo. Él me miró sin comprender – lo siento, me confundí. Me sentí perdida. En mi cabeza, nuestros momentos juntos eran muy diferentes. Todo fluía, de una forma simple, como en la escena de una película en la que todos sabían lo que debían hacer o decir, pero en el mundo real, nada funcionaba, nuestros momentos juntos no eran lo que imaginé. Y no lo estaba disfrutando, esa interacción forzada que se disfrazaba de cita. No la quería, la odiaba. – Tengo que ir un momento al baño – me levanté, dejé atrás mi bolso, mi celular y caminé por el pasillo hacia la recepción sin escuchar el ruido a mi alrededor, poco después recordé que los baños estaban en la otra dirección. No me detuve, estaba demasiado enojada como para hacer una pausa, giré y di un paso bruscamente, con una actitud que gritaba, “quítate o te quito” Es extraño, como el amor empuja nuestras peores emociones y saca a la luz todo aquello que deseamos ocultar. Choqué con un hombre de traje, él tenía una carpeta gruesa en las manos que cayó al suelo, parecía de cuero y era negra, los papeles se mantuvieron dentro, él subió la mirada hacia mí y los hombres que estaban al costado se apresuraron a recoger la carpeta, uno de ellos me empujó. De haber sido un día diferente, habría comprendido la situación y entendido que fui yo la que dio la vuelta sin fijarse, me habría disculpado y el incidente habría terminado, pero esa tarde, todas mis emociones estaban en el peor momento. – ¡Está ciego! – y estallé. Ese hombre me miró de arriba abajo, lo que no ayudó a mi estado de humor. – Diles que llegaré en treinta minutos – le dijo a uno de los hombres que lo acompañaban, tomó su carpeta de vuelta y al caminar, empujó mi brazo con el codo, supe que lo había hecho a propósito y perdí el control – oye – di la vuelta y uno de sus hombres me detuvo – dile al cretino de tu jefe que me debe una disculpa. – Señorita, mejor regrese a su mesa. – Después de que se disculpe, ¡oye!, idiota, ¡aparte de ciego eres sordo! Sus guardaespaldas reaccionaron, uno intentó apartarme, pensando que yo tenía segundas intenciones y yo golpee su mano – no me toques. – Lara, déjalo – dijo el hombre que iba al frente, aún tenía la carpeta en sus manos, pero miraba su celular con mucha concentración – señorita, usted chocó conmigo, si es un intento de estafa, busque a otro. Sentí que mi sangre se calentaba, crucé los brazos y lo miré con burla – no, usted chocó conmigo, y me golpeó el hombro, ¿quiere que revisemos las cámaras?, o va a disculparse. Él apartó la mirada de su celular. Había una barrera entre nosotros formada por sus guardaespaldas, pero pude ver sus ojos, fue cuando noté que era el mismo sujeto que vi en la entrada y por qué, se parecía tanto a mi hermano Jorge, ambos me miraban como si yo fuera algo insignificante. Una parte de mi cerebro se desconecta cuando veo esa mirada. De pronto, algo sujetó mi mano y vi a Leo, no escuché lo que dijo, tampoco entendí a qué se refería, solo sé que fue su voz y que me llevó escalones arriba hacia una pequeña estancia donde las personas esperan a que se desocupe una de las habitaciones. – ¿Por qué hiciste eso? – alzó la voz – ¿por qué demonios tenías que hacer eso? – ¿Qué fue lo que hice? – Hablaste con él – lo dijo como un reclamo, más para sí mismo, que para mí. – Hablo con muchas personas, estoy hablando contigo justo ahora, ¡quieres explicarme por qué estas tan molesto! Tenía los puños apretados, el ceño fruncido y antes, cuando sujetó mi mano, sentí que estaba temblando. Nunca antes lo había visto así. Después de unos segundos intentó calmarse. – ¿Lo conoces?, ¿lo has visto antes? – Tal vez. – Regina, no estoy jugando, ¿sabes quién es? – No, lo vi en la entrada, llegamos al mismo tiempo. Es todo. – Bien, si vuelves a toparte con él no le hables. – ¿Por qué? – estábamos en canales diferentes. Leo odiaba a ese hombre y a todo lo que representaba, pero, para mí, solo era otro idiota de traje y corbata. – Porque no quiero que lo hagas, ¿puedes hacer eso por mí? – No.
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