La propuesta Parte 3

1865 Palabras
En el camino intenté hacer contacto visual con Leo, pero él mantuvo la mirada al frente, no sobre la caja con el anillo, sino hacia la carretera. Nos estacionamos en un lugar reservado, él bajó del coche y me abrió la puerta, al menos no tuve que mostrar mi invitación esa vez. Nos dejaron pasar sin hacer preguntas, el jardín de la mansión estaba muy bellamente adornado. Mi madre estaba en una esquina, recibiendo a los invitados y colocando grandes cajas de regalos sobre una mesa alargada. Al girar la mirada, me vio y me hizo una seña para que me saliera de la fila. – ¡Cariño! – exclamó y me dio un fuerte abrazo y un beso en la frente. – Feliz cumpleaños mamá – le entregué su regalo y retrocedí un poco para tomar la mano de Leo. Él entendió mi mensaje – muchas felicidades por su cumpleaños, señora. Mi madre me lanzó una mirada de complicidad y sonrió – puedes llamarme Gabriela, todo el mundo lo hace, disfruten la fiesta. Me alegra que vinieras – me susurró. Mientras caminábamos entre las fuentes vi los adornos, la forma tan cuidadosa en que fueron colocadas las mesas, las luces y a los invitados, recuerdo que pensé – sería perfecto casarnos aquí – o tal vez lo dije en voz alta. No estoy segura. Entre los invitados vi a mi tía Verónica, también a Sarah, sentada al final, en una mesa solitaria, noté a las amigas de mi mamá y poco después vi a la única persona en esa fiesta a la que sí quería saludar – Diego. Él giró la mirada – señorita – y me abrazó – está tan hermosa como de costumbre. – Yo siempre – presumí y me humedecí los labios – quiero presentarte a alguien muy importante, Leonardo Rivas, mi novio. Diego subió las cejas y miró a Leo con mucha determinación – es un placer conocerlo – estrechó su mano y después de una sonrisa de complicidad, lo abrazó. – Es un placer – dijo Leo, acomodando su saco – Regina mencionó que usted es como su hermano mayor. Yo lo negué de prisa para no quedar en evidencia, Diego entendió muy rápido. – La señorita es muy amable y es un honor ser considerado parte de la familia. Vi a una mujer sentada en la mesa detrás de Diego que me resultó conocida, aunque fue solo una sensación de familiaridad por todo el maquillaje que llevaba, pero al mirarla más de cerca, me sorprendí – Felicia – se escondía para beber un poco y se atragantó al verme. – Señorita – se levantó y me abrazó – se ve muy delgada, ¿está comiendo bien? – Te quiero tanto – le devolví el abrazo, porque no, no me veía más delgada – los presentaré, él es mi novio Leonardo. Ella volteó a verme sorprendida – eso es maravilloso, joven, sepa que nuestra Regina jamás trajo un novio a la casa, usted es el primero al que nos presenta – enfatizó, poniéndome en vergüenza. Los miré – ustedes, ¿vinieron en pareja? – Por supuesto que no – dijo Felicia, ella fue la primera en negarlo, Diego lo hizo poco después – señorita no haga esas bromas, Diego podría ser mi hijo. Los miré sin comprender – imposible, tendrías que haberlo tenido a los diez años. Felicia me sonrió – tengo sesenta y cuatro, y Diego tiene treinta y ocho. Me costó creerlo, Diego era un adulto desde que yo era una niña, imaginé que tenía cuarenta y cinco o un poco más. – Debo verme muy viejo – comentó Diego y yo apreté los labios. El silencio fue muy incómodo. Leo sujetó mi cintura – iremos a buscar nuestra mesa, mucho gusto. Yo escondí la cabeza en su hombro. Mamá eligió una mesa para Sarah, otra para Jorge y una más para mí, habría odiado que nos pusiera juntos – te juro que pensé que era mayor, digo, ha sido un adulto desde que yo estaba en el jardín de infantes, ¿no? Leo sonrió, fue la primera vez en la noche que lo vi tan relajado y eso me hizo sentir un poco feliz, después de toda la tensión que sentí en el coche, finalmente estábamos en el mismo lugar. – Deja de burlarte de mí. – No me estoy burlando, me estoy riendo contigo. Su risa fue contagiosa, yo también me relajé, acomodé mi silla para darle la espalda a Sarah y miré alrededor – pon atención, ¿ves al hombre de la corbata a rayas, el que se está quedando calvo? – Lo veo. – Es uno de los mejores amigos de papá, los dos se reúnen mucho en el golf, su esposa, odia a mi mamá, no puede verla ni en pintura. Hace cinco o siete años, ya no lo recuerdo, trajo a su hija para que formara una pareja con Jorge, los dos tuvieron una cita y acabó tan mal. Mi hermano volvió a casa cubierto de salsa para espagueti. Leo frunció el ceño – ¿por qué los invitó a su fiesta? – ¡No es obvio!, mamá parece una actriz de cine recibiendo un Oscar, los invitó para presumir lo bien que se ve. Leo asintió. – Y el hombre que está al fondo, el de lentes, ese es el señor Andrés, cuando era niña me regalaba rompecabezas de mil piezas, es el contador de papá, siempre asiste a las fiestas y tiene una de las familias más numerosas que he visto en mi vida, siete hijos. Leo alzó las cejas y yo seguí hablando sobre los invitados. Fue divertido durante un rato, de hecho, sentí que finalmente lucíamos como una pareja, con la iluminación tenue, las copas sobre la mesa, el arreglo floral y la música suave. Así fue, hasta que Leo giró la mirada y vi como su expresión cambiaba, él estaba tomando mi mano y de pronto la apretó tan fuerte, que sujeté su brazo para traerlo de vuelta, de dónde sea que sus pensamientos hayan ido. Nuestra mesa no era exclusiva, mamá lo arregló para que tuviéramos que compartirla con el señor Enrique Evans, su esposa Celeste y su hijo Antonio. – Regina, vaya coincidencia – dijo la señora Celeste con una gran sonrisa y acomodó su bufanda – cariño, ella es la hija de Gabriela, recuerdo que te la mencioné. El señor Evans asintió – lo recuerdo, es un placer conocerla señorita Duarte. No supe qué responder, sé que según mi madre hay que pelear, no puedes paralizarte ni huir, pero imaginé cuán incómodo era ese momento para Leo y me quedé en blanco. Ellos ocuparon las tres sillas libres, por la forma en que estábamos acomodados, la señora Celeste se sentó a mi lado y Antonio se sentó junto a Leo. Si hablamos de comida, la tensión fue nuestro primer plato. Me forcé a sonreír, volví a tomar la mano de Leo y lo presenté – les presentaré a mi acompañante, él es Leonardo Rivas, mi novio. – Es un gusto – lo saludó la señora Celeste – tu mamá me había dicho que no tenías pareja, siento si fuimos un poco entrometidas con tu vida personal, es lo que hacemos las madres – susurró al final. – No hay problema – le respondí – de hecho, comenzamos a salir poco después, aún no era algo oficial – lo dije y me arrepentí. El señor Enrique frunció el ceño – tu rostro me resulta conocido – dijo, mirando a Leo. – Trabajó con Crowell por un par de meses – dijo Antonio – eso fue hace seis o siete años, si no me equivoco – agregó y lo miró de reojo. Leo permaneció en silencio, por debajo de la mesa, su mano me apretó con más fuerza. – ¡Qué pequeño es el mundo! – dijo la señora Celeste, supuse que ella también sintió la tensión e intentó aligerar el ambiente – y dime, Leonardo, ¿aún trabajas como abogado? – Aun lo hago, si me disculpan – soltó mi mano – vuelvo en un momento. Yo miré a Antonio con rabia y también me levanté – con permiso. – No tienes que ir detrás de él, ya es un hombre adulto – dijo Antonio. Lamenté haberme retrasado, porque perdí a Leo de vista y después de dejar la mesa y abrirme paso entre los invitados, noté que Antonio también se levantó de la mesa y me siguió. Fue un segundo de duda que ya no podía recuperar. Antonio tocó levemente mi cintura y yo me di la vuelta – aléjate ahora, antes de que considere cortarte la mano. Él no respondió a mi agresividad, de hecho, sonrió, de la forma en que yo lo hago, con mucha arrogancia. – ¿Te has preguntado por qué te buscó? – Si vas a decir que es por la herencia, pierdes tu tiempo, Leo no es esa clase de persona. – ¿De verdad?, ¿qué tanto lo conoces? Guardé silencio, sentí que revelar nuestro pasado era darle a Antonio un arma – las relaciones no se miden en tiempo, se basan en entendimiento, confío en él por lo que siento cuando lo veo, llámalo “intuición femenina”, sé que Leo no está conmigo por mi dinero. Antonio se burló desde el instante en que yo dije la palabra “intuición”, lo encontró tan gracioso, como si le hubiera contado una gran broma, incluso se cubrió la boca para no reír demasiado. – Hagamos esto – me dijo – si algún día quieres saber por qué se acercó a ti o lo que realmente te está ocultando – metió las manos a su bolsillo y sacó una tarjeta – llámame – me guiñó el ojo – será un placer sacarte de dudas. Apreté la tarjeta y di la vuelta para buscar a Leo. No lo vi en el jardín, tampoco en las mesas, o en el pasillo. Entré a la mansión, revisé los escalones, abrí algunos cuartos e interrumpí sin querer a dos parejas que se estaban besando a escondidas. Por varios minutos me quedé en los escalones, miré el retrato del abuelo, tan imponente con ese ceño fruncido y la mirada altiva. Y de repente, lo sentí. Subí al ático, a ese espacio donde solía pararme cuando era niña y cerraba los ojos para imaginar que nada más existía, y que no estaba sola. Leo estaba de pie, mirando hacia la ventana. Me pregunté en qué momento llegó al ático y si desde ese lugar, me vio reuniéndome con Antonio. – Estaré bien – dijo y se talló los ojos – ya revisé la hora, estamos a tiempo para la propuesta, cumpliré con mi parte – dio la vuelta y pasó por mi lado. Sentí que había algo más en esa historia, algo que no podía contarme y que era tan profundo, que ni siquiera le permitía respirar el mismo aire que Antonio y su familia. También me pregunté cómo era esa mujer, la compañera de Leo, mi rival en el amor a quien nunca conocería porque él, sistemáticamente, evitó mencionarla.
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